En ella no falta nada y sobra mucho. Guatemala es el país de la eterna primavera, aunque sus estaciones solo sean verano e invierno.
Vivo en la capital y todavía tengo el privilegio de escuchar el canto de los pájaros. Si es verano, hay un sol mañanero radiante y el cielo aún es de un azul limpio. Veo hacia el frente y un volcán sin nubes se muestra majestuoso. El aire es cálido, pero como soy un poco friolenta me pongo un suéter liviano del que debo despojarme al rato. Si es invierno del más crudo, cuando empieza a llover se levanta uno de mis aromas favoritos, pues huele a tierra mojada.
El mar, en el Pacífico, está a hora y media de trayecto. Llego y lo primero que impacta mi pupila es esa inmensidad océanica que se muestra en un plano al parecer infinito. Oigo ese ritmo acompasado de las olas. Veo el cielo y aparecen unas aves cuyo vuelo acompasado, único y solidario es como un ejemplo de la armonía del Universo.
Hay atardeceres especiales como los que se observan sentados en la arena oscura de algún puerto, a orillas del mar en una tarde sin que caiga agua del cielo, o los que se observan en una banca en la cima de la isla de Flores, en Petén. Esté donde esté, en las noches también hay Luna y estrellas. Incluso de vez en cuando pasan las fugaces y pido un deseo.
Tengo ansias de montañas y voy a Occidente. Tengo deseos de un bosque y voy camino a Antigua. Quiero ver agua acumulada y voy a Amatitlán. Quiero frío y me voy Tecpán, prefiero el calor, me voy a Escuintla. Quiero nadar en un río y me voy a Zacapa. Quiero selva y me voy a Petén. Tengo deseos de unas cuevas y me voy a Cobán. En fin, que si de naturaleza se trata, tengo de dónde escoger. Incluso nieve, o hielo, en la cima de algún volcán en pleno centro del trópico.
La tierra es fértil y puede cosecharse casi de todo. Vemos los campos repletos de flores, de árboles, de frutas, de verduras, de aquello que es propio y de lo que se ha importado y ahora también es nuestro.
Pero Guatemala, la bella, no solo es paisaje y naturaleza. También somos las personas y nuestra historia. Y nuestra historia no solo es la individual sino la colectiva. Y no solo es la que estamos haciendo en el presente sino la de quienes acá han dejado sus huellas. Así, si queremos ver sitios arqueológicos previos al nacimiento de Cristo, tenemos. Si queremos compararnos con los egipcios, los griegos o los romanos, podemos.
También existe una Guatemala colonial con sus plazas y sus iglesias, sus cúpulas y sus fuentes. Y una ciudad moderna con sus edificios y carreteras. Pero, sobre todo ello, existimos los habitantes de este hermoso y bello país.
Y como habitantes de este territorio, la mayoría somos amables, hospitalarios, sonrientes, y nos preocupamos por nuestros amigos y vecinos, e incluso por aquellos que no conocemos, como ellos se preocupan por nosotros. He tenido infinidad de ocasiones para comprobarlo.
Por ello creo que deberíamos sentirnos no solo felices y contentos sino, sobre todo, agradecidos. Porque tenemos de todo y solo es cuestión de aprovecharlo y compartirlo. Y podríamos tratar de resolver nuestros problemas de manera pacífica, y propugnar porque todos pudiéramos gozar por igual no solo de lo que el país posee naturalmente sino de lo que muchos guatemaltecos han construido a pesar de todo.
Recuerdo, para terminar, las frases del poeta Luis Cardoza y Aragón: “No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña, por sus nieves y noches blancas o su diluvio solar. La amamos, simplemente, porque es la nuestra”.
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