Después del oficio de ser presidente, la siguiente posición de administración pública más complicada (así como la más deseada) es quizá la de secretario de Gobernación o de ministro del Interior, como se la conoce en otras latitudes. A lo largo de los pasados 17 años he conocido personalmente al menos a dos secretarios de Gobernación mexicanos, por lo menos a cinco ministros de Gobernación centroamericanos, a no menos de tres fiscales contra el crimen organizado y a un zar antidrogas. He visto el antes y el después: las arrugas, las ojeras, la pérdida de cabello, el envejecimiento prematuro y las afecciones cardíacas no esperadas. En cientos de ocasiones escuché de la jornada de trabajo que excede las 14 horas, de las llamadas en la madrugada y de las tensas conversas con el señor presidente cuando la percepción ciudadana contradice los indicadores oficiales. Particularmente cuando se habla de un ministro de Gobernación, tengo entendido que es un puesto en el que se hacen enemigos jurados de por vida y en el que las tentaciones abundan. Cito algunas: desaparecer detenidos, quemar cárceles, desaparecer folios o expedientes, espiar opositores, reprimir violentamente manifestantes, ejecutar criminales, custodiar cargamentos de droga de carteles amigos y tumbar cargamentos de carteles rivales. Repito: estas son solamente algunas. Hay más.
El trato con ministros del Interior no siempre ha dejado amistades de las cuales uno pueda sentirse orgulloso. Uno de los que conocí pactó con los carteles y atendía sus llamados al calor de los tragos. Otro confesó en una reunión en petit comité cuál era su cartel preferido (otra vez, al calor de las copas). Uno de los fiscales especiales contra el crimen organizado que conocí compartió la cátedra con mi persona. Le escuché fantásticas anécdotas sobre la vida de Giovanni Falcone y sobre la importancia de la honestidad personal cual último sustento de la legalidad. No hace mucho fue acusado de vender sentencias judiciales al mejor postor. El zar antidrogas que conocí fue recientemente acusado de ejecuciones extrajudiciales.
Precisamente por todo lo anterior hay que agradecerle al exministro Rivas su recién concluida gestión. Hasta donde tenemos conocimiento, no incurrió en ninguno de los anteriores delitos descritos. Su gestión demuestra que es perfectamente posible heredar resultados muy positivos de gestión actuando desde la legalidad y sobre una visión democrática de seguridad. Obtener resultados positivos no requiere privatizar la agenda de seguridad para reducirla a censurar, limitar y dar garrotazos. En los días más complicados de su gestión, cuando las pandillas atacaron simultáneamente varias posiciones de gendarmería, la respuesta no fue de mano dura ni de desquite contra cualquiera. Cuando las presiones superiores demandaron un enfoque mucho más reactivo frente a las manifestaciones populares, el ministro Rivas decidió no ceder a las presiones y no confrontar a la ciudadanía. Porque el protocolo establecido que ahora se tiene define la violencia como último recurso. Agrego otro detalle. Se hace en Guatemala mucho énfasis en los casos de alto impacto, que han revelado (como bien apunta el comisionado Velázquez) una corrupción sistemática y estructural. Pero ¿reparamos en el detalle de que esta agenda antiimpunidad requiere también de una Gobernación y una PNC que no entorpezcan capturas? Nada de esto sería posible si la información de los allanamientos se filtrara, por ejemplo.
En efecto, el ministro Rivas sale con la cara en alto. No fue destituido. Puso su renuncia y le fue aceptada —coincidentemente, eso sí, luego del último caso revelado—. Al nuevo ministro de la cartera del Interior no se le puede desear sino toda la buena suerte del mundo. No valen las críticas respecto a su procedencia del sector empresarial, pues no es pecado ser empresario ni tener amigos empresarios (como tampoco es pecado ser defensor de derechos humanos o tener amigos que sean activistas sociales). El debate en Guatemala no puede seguir siendo en términos ad hominem ni sobre una lógica maniquea. Pero sí se le puede pedir enfáticamente que mantenga la lealtad al proceso de combate de la impunidad, incluso por encima de amistades personales, lo cual requiere ser discreto. Su gestión será juzgada respecto a qué tanto se retrocede en las agendas que ya parecen estar consolidadas, es decir, el enfoque preventivo sobre el reactivo, el análisis profundo de los modelos comparados antes de implementar una política (el estatuto antipandillas implementado en El Salvador arrojó resultados nada positivos, dicho sea de paso) y el empoderamiento de los enfoques multidisciplinares al abordar el problema de la seguridad. Por cierto y no menos importante, es vital mantener el voto de confianza a la actual cúpula de la PNC, que ha sido muy exitosa para penetrar las pandillas y adelantarse a hechos de terror con base en profundos trabajos de inteligencia.
Señor exministro Rivas, muchas gracias. Lo vemos pronto (Insha’Allah) como nuevo fiscal general.
Señor ministro Degenhart, éxitos en su gestión. Un país tan quebrantado y convulsionado como Guatemala no puede retornar al pasado del vicio personalizado en la gestión de seguridad (en una sola pieza: ejecuciones extrajudiciales, persecución selectiva y represión ciudadana).
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