Incluso hubo quien dijo que esto muestra que de ningún modo está terminado el ciclo de los gobiernos progresistas en Latinoamérica, tal como los resultados electorales de varios países podrían hacer creer, con el retorno de propuestas abiertamente neoliberales y la caída o salida de administraciones de centroizquierda (Argentina, Brasil, Ecuador, Paraguay).
Por supuesto que es para saludar la llegada de aire fresco a la casa presidencial. De hecho, México es un referente en Latinoamérica, y su peso político influye considerablemente en el subcontinente. Más allá de todo lo que pueda decirse de la propuesta de López Obrador, está claro que no es el neoliberalismo descarado, una visión ultraderechosa de las cosas, un proyecto antipopular. Saludémoslo entonces.
Pero no pueden dejar de hacerse algunas consideraciones críticas, imprescindibles dada la coyuntura. En estas últimas décadas todo el campo popular (de México y de toda América Latina) sufrió un tremendo retroceso. Sobre las sangrientas dictaduras que barrieron el continente (México fue la excepción en ese aspecto) se asentaron los terribles planes neoliberales dictados por los organismos crediticios de Bretton Woods: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En realidad, esas políticas fueron un rediseño del capitalismo a escala global en el que los únicos beneficiados fueron las grandes potencias —Estados Unidos, fundamentalmente, y más aún su banca— y la clase capitalista a nivel mundial. Esto último, en tanto estas líneas neoliberales (capitalismo salvaje, más precisamente dicho) significaron el retroceso o la pérdida de conquistas laborales y sociales históricas de la clase trabajadora. El trabajo en situación crecientemente precarizada se hizo normal, y los sindicatos pasaron a ser instrumentos apropiados casi completamente por el capital.
México adoptó una abierta dependencia del capitalismo estadounidense, de modo que aumentaron exponencialmente su pobreza y, como efecto derivado, su clima de violencia generalizada. La narcopolítica se enseñoreó en toda su geografía, y las migraciones irregulares hacia el sueño americano quedaron casi como la única vía de escape.
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¿Cambiará eso con López Obrador? Ahí está la falacia que debe apuntarse: su llegada no deja de ser una buena noticia, pero, con la aquilatada experiencia que existe después de todos los progresismos en nuestros países, debemos ser cautos.
Desde Salvador Allende en Chile en la década de los 70 del siglo pasado hasta todos los progresismos surgidos ya entrando en el siglo XXI (Chávez-Maduro en Venezuela, el PT en Brasil, los Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Mujica en Uruguay, Lugo en Paraguay, el FMLN hecho gobierno en El Salvador), la situación estructural no ha podido modificarse. Si bien es cierto que los planes asistenciales han ayudado mucho en todos esos países, no se han visto cambios sustanciales a largo plazo, como sí pasó en Cuba. Si se puede hablar del fin del ciclo progresista es porque ha habido un agotamiento en la bonanza de los precios internacionales de ciertas materias primas, lo que hizo que, escaseando las divisas, los planes de ayuda se fueran esfumando.
Obviamente, los planes de reconversión ultraderechista que llegaron estos años son una pésima noticia para el campo popular. Al lado de ellos, y ante el fenomenal retroceso del ideario de izquierda de estas décadas debido a la paliza tremenda sufrida por las fuerzas anticapitalistas, la llegada de un poco de oxígeno que representan estas propuestas de ¿capitalismo con rostro humano? se puede sobredimensionar y ver como un gran avance social.
Ahora bien, la realidad, siempre obstinada y pertinaz, enseña algo a sangre y fuego: los cambios reales, profundos, aquellos por los que tiembla la clase dominante, no se consiguen en las urnas. El poder real nace de la movilización popular, no de figuras carismáticas. Puede decirse que estos intentos son eso: intentos, pasos en una larga marcha. Pero sin organización popular desde abajo (léase revolución socialista) no es posible torcerle el brazo a la serpiente viperina del capitalismo. Sin embargo, sin dudas, ¡bienvenido, López Obrador!
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