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ETA: Despertarse de un mal sueño

Por el momento el comunicado es suficiente mecha para prender la hoguera. Lo cierto es que la necesidad que todos teníamos de escuchar algo así era tan grande que esa tarde la buena nueva se propagó como un escalofrío de emoción y esperanza por el País Vasco primero y por el resto de España después
En cualquier caso, aunque se tratase de un momento largamente ansiado y necesitado, su llegada no se produjo de improviso como el final de un sueño. Y su consecución no fue ni inesperada ni fácil.
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ETA: Despertarse de un mal sueño

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El anuncio de la banda terrorista Eta Del cese de la lucha armada da por cerradas más de cinco décadas de asesinatos y abre en España un nuevo tiempo político. La gestión de los presos y los exiliados etarras, la preservación de la memoria de las víctimas y la normalización de la convivencia en el País Vasco se presentan como los mayores retos para la sociedad civil y la clase política.

El pasado 20 de octubre a las siete de la tarde hora española la banda terrorista ETA, (en euskera “Euskadi ta Askatasuna”, en castellano “País Vasco y libertad”) anunció a través de un breve comunicado grabado en video el cese definitivo de la lucha armada.

Este manifiesto da por acabado un proceso violento que el grupo independentista había emprendido en el año 1968 con su primer atentado con víctimas mortales, diez años después de su creación como un ente de acción política de defensa de los derechos humanos, la identidad y la cultura en el País Vasco, arduamente socavados  por la represión de una reaccionaria dictadura franquista iniciada en el año 1939.

La reclamación de restituir las libertades civiles y la reacción ante la prohibición del euskera (la lengua vasca) y de todos los demás símbolos relacionados con el sentimiento nacionalista vasco  justificaban sobradamente un movimiento sociopolítico con las características que tuvo ETA en su nacimiento, restringido al ámbito ideológico y cultural. Otro asunto fue la deriva militar, que solo podía comprenderse enmarcada en el mencionado contexto histórico.

Una vez reconvertida en banda armada  y llegado el final del régimen de Franco  en 1975, la ejemplar transición y una joven y progresista democracia en pleno apogeo acabó con una parte importante de los argumentos esgrimidos hasta la fecha por ETA para justificar su existencia.

Definitivamente ETA había pasado de ser un conjunto de intelectuales mayoritariamente nacionalistas de derechas a ser una banda de pistoleros con ideales marxistas, igualmente nacionalistas pero con modales mafiosos.

En consecuencia, la nueva realidad imperante le restó al grupo armado la legitimidad, el apoyo y la comprensión de la sociedad acumulada a lo largo de los años. Además, tras el fin de la dictadura, ETA inició una injustificable ola de asesinatos que ha durado hasta hace apenas dos años y que ha dilapidado para siempre cualquier posibilidad para la banda de arraigar de nuevo en el imaginario político de la población vasca.

La grave enfermedad

Cuarenta y tres años y ocho cientos cincuenta y siete muertos después de su fundación, encapuchado y situado entre dos camaradas igualmente ocultos tras un pasamontañas pero silenciosos, David Pla, el que a los ojos de la historia figurará como el último número uno de la banda, con el siniestro símbolo de ETA dibujado en la pared a su espalda, leyó con calma los puntos del documento que atestiguaba la llegada de un momento largamente ansiado por la práctica totalidad de la sociedad y la clase política en España.

Al margen de su contenido, y dejando a un lado el hecho de que el terrorista no mostró ni en su actitud ni en su voz conmoción o fisura alguna, llamaba poderosamente la atención la voz de Pla. Se trataba de la voz de una persona juvenil y afable, una voz clara, con una inconfundible beta de dulzura o bonhomía que no encajaba ni remotamente con el maléfico cargo que aún ostenta.

De hecho, por grotesco que pueda sonar, si nos centramos en su forma de hablar y prescindimos de sus palabras, podemos llegar a la conclusión de que realmente la de aquel tipo que daba con su voz juvenil carpetazo a más de cinco décadas de muerte podía haber sido la de alguno de nuestros amigos. Del mismo modo, cualquiera de nuestros amigos  o compañeros de colegio o colegas o conocidos de barrio podía haber sido miembro de aquella banda. Y en algunas ocasiones así sucedió.

Justamente eso, el modo en que la vida corriente y sin demasiadas aristas se veía interrumpida prácticamente cada día por la violencia y el vandalismo en las calles (sobre todo desde la década de los noventa), y cada cierto tiempo (por ejemplo durante los primeros años de la década de los ochenta prácticamente cada día) por el zarpazo de un atentado mortal, era lo que fue paulatinamente haciendo enfermar a la sociedad tanto en el País Vasco como en el resto de España aunque, lógicamente, en el segundo caso en mucha menor medida.

La amenaza, la delación, el nombre en la lista negra, la vigilancia, el mirar a otra parte, los guardaespaldas, el odio visceral; el impuesto revolucionario, la carta bomba, el tiro en la nuca, el coche bomba, el secuestro, la bomba lapa. Todo eso ha ido gangrenando durante décadas la convivencia  de la sociedad vasca que, en el otro lado de la balanza, siempre fue y sigue siendo una de las más prósperas de todo el país.

Quizá por eso, el anuncio del comienzo del proceso de paz se ha parecido tanto al despertar tras un mal sueño, al final satisfactorio de la grave enfermedad de una madre o un hermano. Y quizá por eso, el cese de la lucha armada no solo acaba, o empieza a hacerlo, con una larguísima y terrible lista de asesinados y damnificados. También con una cruenta dialéctica de amenaza, extorsión y muerte, un infinito dolor y rencor subterráneos, una exaltación y una idealización terribles de las formas mafiosas de ETA, una perversión del binomio fines y medios y la utilización política de los muertos y del terrorismo.

Comunicado sin precedentes

En este comunicado sin precedentes, ETA  anunciaba el cese definitivo de su actividad armada y manifestaba que “estamos ante una oportunidad histórica para dar una solución justa y democrática al secular conflicto político”. En este sentido, según el grupo terrorista, “frente a la violencia y la represión, el diálogo y el acuerdo deben caracterizar el nuevo ciclo”

Obviando el perdón a las víctimas, el comunicado destaca que “la crudeza de la lucha se ha llevado a muchas compañeras y compañeros para siempre”. También que “otros están sufriendo la cárcel o el exilio”. “Para ellos y ellas nuestro reconocimiento y más sentido homenaje”, se asegura.

Por otro lado, el documento explica que “a lo largo de estos años Euskal Herria ha acumulado la experiencia y fuerza necesaria para afrontar este camino y tiene también la determinación para hacerlo”. “Es tiempo de mirar al futuro con esperanza”, se enfatiza.

Y partiendo de este hecho, “hace un llamamiento a los gobiernos de España y Francia para abrir un proceso de diálogo directo que tenga por objetivo la resolución de las consecuencias del conflicto y, así, la superación de la confrontación armada”. Por último, la banda hace un llamamiento a la sociedad vasca “para que se implique en este proceso de soluciones hasta construir un escenario de paz y libertad”.

En el comunicado de ETA no se hace alusión al necesario perdón a las víctimas, ni se anuncia el desarme ni su disolución. Pero no es realista pretender tantos avances de los terroristas en un solo gesto.

Por el momento el comunicado es suficiente mecha para prender la hoguera. Aunque, lógicamente, esto no significa que al grupo armado se le dará un cheque en blanco ni que la condescendencia brotará de forma gratuita desde las instituciones democráticas.

Lo principal es que el estado de derecho ha triunfado sobre el terror. A partir de este momento la conservación de la memoria de las víctimas inocentes del conflicto, la gestión de los presos y los exiliados etarras y la normalización de la convivencia cívica tienen importancia.

Sin quitarles ni un ápice de relevancia al resto, quizá éste último punto sea el fundamental, el más complejo de los objetivos, dado que la cotidianidad ha sido el punto en el que han confluido y el que a su vez ha potenciado casi todas las inercias fatales del conflicto.

Lo cierto es que la necesidad que todos teníamos de escuchar algo así era tan grande que esa tarde la buena nueva se propagó como un escalofrío de emoción y esperanza por el País Vasco primero y por el resto de España después. El cauteloso pero incondicional entusiasmo de la población y las fuerzas vivas de la política vasca contrastaba con un mayor recelo de la sociedad española y una diversidad en los mensajes lanzados por los diferentes representantes de los principales partidos políticos.

Mientras el presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, el candidato socialista a la presidencia, Alfredo Pérez Rubalcaba o Íñigo Urkullu, el secretario general del Partido Nacionalista Vasco, una de las fuerzas mayoritarias de la comunidad autónoma, se congratulaban de la histórica noticia, Rajoy se mostraba firme en su ya habitual mensaje de que no negociaría con banda terrorista alguna bajo ningún pretexto y en ninguna circunstancia. Esto resultaba bastante cómico teniendo en cuenta que todo apunta a que será precisamente él quien gobierne España a partir del 21 de noviembre y quien, en consecuencia, tenga que negociar necesariamente los grandes temas que compondrán el relato del proceso de paz con los terroristas.

Por su parte Rosa Díez, líder de UPYD (Unión Progreso y Democracia), fue más allá y aseguró que para ella el comunicado de ETA no contaba y que era como si no se hubiese producido. En este sentido, desde el primer instante esta corriente de opinión agorera fue secundada por no pocos sectores de la población, azuzados por medios de comunicación de corte derechista.

En cualquier caso, aunque se tratase de un momento largamente ansiado y necesitado, su llegada no se produjo de improviso como el final de un sueño. Y su consecución no fue ni inesperada ni fácil. Los trabajos en la sombra, las negociaciones y los encuentros más o menos públicos y más o menos evidentes entre líderes y actores formales e informales se habían producido mucho tiempo atrás, mucho antes incluso del comienzo de la última tregua declarada en el año 2010.

De hecho, ya en 1998 emisarios del gobierno de Aznar negociaron sin éxito una rendición de los terroristas. Y a finales de la década de los ochenta el ejecutivo de González  corrió igual suerte en su intención de acabar con el conflicto. Por su parte, inmersos en la anterior tregua de 2006, Rodríguez Zapatero afirmó que las cosas iban mejor que nunca en el proceso de paz. Al día siguiente ETA finalizó abruptamente el alto el fuego con un aparatoso atentado en la T4 del aeropuerto de Barajas, que destrozó una parte importante de la terminal recién construida y causó dos víctimas mortales.

La declaración de ayete

Revirtiendo todos estos adversos antecedentes, tres días antes de la publicación del manifiesto por parte de ETA se produjo un hecho fundamental con un poderoso simbolismo: la denominada como “Declaración de Ayete”.

El encuentro tuvo lugar en la ciudad de San Sebastián y congregó a una importante representación del espectro político internacional con amplia experiencia en la resolución de conflictos encabezada por Kofi Annan (ex secretario general de la ONU), Jerry Adams (presidente del Sinn Féin de Irlanda),  y Bertie Ahern (ex primer ministro irlandés) que fue quien al fin y a la postre dio lectura a la Declaración final.

También asistieron importantes representantes del panorama político nacional, así como miembros de los principales sindicatos y las cabezas visibles de la izquierda nacionalista vasca (surgida a su sombra y estréchamente vinculada a la banda desde hace años). En suma, estaban todos los que debían estar exceptuando al Partido Popular que, no contento con esto, se dedicó en los siguientes días a torpedear el clima de esperanza con declaraciones groseras y descalificantes tanto hacia los asistentes como hacia el evento en sí.

En este sentido, a pesar de que ha sido calificada de inútil e improcedente, esta cumbre es, probablemente, el indicio más evidente de que la ruta era la correcta, la estrella polar a la que todos seguían, el punto álgido de la escenificación de un proceso al que por otro lado aún le quedan muchos actos por representarse.

Prueba de su relevancia es el eco mediático obtenido por el manifiesto resultante del evento a nivel internacional. El propio Tony Blair apoyó la declaración y, al día siguiente, los líderes de la izquierda nacionalista suscribieron en rueda de prensa punto por punto el manifiesto leído por Ahern.

Por si esto no fuese suficiente, en el encabezamiento de su comunicado ETA manifiesta que la Conferencia “es una iniciativa de gran trascendencia política” y que “la resolución acordada reúne los ingredientes para una solución integral del conflicto y cuenta con el apoyo de amplios sectores de la sociedad vasca y de la comunidad internacional”.

En la declaración de Ayete se manifiesta que “ha llegado la hora y la posibilidad de finalizar la última confrontación armada en Europa”. Según los firmantes, “este objetivo puede ser alcanzado ahora con el apoyo de toda la ciudadanía, de sus representantes políticos y con el de Europa y la amplia Comunidad Internacional”.

Acto seguido, se desarrollan cinco puntos: llamamos a ETA a hacer una declaración pública de cese definitivo de la actividad armada, y solicitar diálogo con los gobiernos de España y Francia para tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto; si dicha declaración fuese realizada instamos a los gobiernos de España y Francia a darle la bienvenida y aceptar iniciar conversaciones para tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto; instamos a que se adopten pasos profundos para avanzar en la reconciliación, reconocer compensar y asistir a todas las víctimas, reconocer el dolor causado y ayudar a sanar las heridas personales y sociales; sugerimos que los actores no violentos y representantes políticos se reúnan y discutan cuestiones políticas así como otras relacionadas al respecto, con consulta a la ciudadanía, lo cual podría contribuir a una nueva era sin conflicto; estamos dispuestos a organizar un comité de seguimiento de estas recomendaciones.

Lo que es evidente es que al fin, según reza el manifiesto de Ayete, “ha llegado la hora y la posibilidad de finalizar la última confrontación armada en Europa”. “La paz viene cuando el poder de la reconciliación pesa más que los hábitos del odio; cuando la posibilidad del presente y del futuro es infinitamente mejor que la amargura del pasado”, dice el tratado.

Para conseguirlo, los firmantes del decisivo documento consideran que “se requiere valentía, voluntad de tomar riesgos, compromisos profundos, generosidad y visión de hombre de estado”. Sea así.

 

Asier Vázquez es un periodista y escritor vasco radicado en Bilbao.

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