Todos estamos expuestos a beber el cáliz de alguna pérdida irreparable. Muchos están o han estado allí.
Escribo esto para acercarme a las personas que enfrentan duelos. A veces el entorno espera de nosotros ciertas actitudes o sentimientos que ni siquiera podemos definir o encontrar en nuestro interior. Podríamos llegar a pensar que hemos fallado, que nos deshumanizamos.
Con base en la observación, los especialistas llegaron a definir etapas de un duelo. Algunos hablan de cinco, otros de siete. Puede que haya otros modelos. Usando el de cinco fases tendríamos negación (no es cierto; mi corazón me dice que no ha sucedido), ira (alguien debe pagar por esto; quiero justicia o venganza), negociación (¿y si yo hubiera o no hubiera hecho tal o cual cosa?; ¿si otros hubieran actuado diferente?), depresión (tristeza permanente o recurrente) y aceptación (la vida debe seguir; el amor no desaparecerá).
Cada duelo es diferente. Podemos saltar algunas fases, vivirlas en diferente orden o vivir otras. No hay norma para la duración. Comprender todo lo anterior es importante porque nos libra de sentimientos de culpa y de injustas críticas.
Debemos vivir nuestro duelo en etapas, evitando quedar atrapados en alguna intermedia. Cuando no se trata de nosotros mismos, sino de personas cercanas, ayudarlas a vivir su duelo puede ser complicado porque no podemos decir a otros qué y cómo sentir. Lo que sí debemos hacer es respetar su particular manera de vivir el duelo y ayudar en que lo sea posible.
Los duelos pueden llevarnos a lugares que nunca imaginamos. Conozco personas otrora altruistas y sensibles que se convirtieron en odres repletos de odio, que buscaban que quien fuera responsable de su dolor llegase a sentir lo que ellos o peor. Es como si esas personas también hubieran muerto y quedaran poseídas por alguien que nunca fueron.
También hay duelos que obran milagros. Algo que deberíamos conocer bien es la historia de la alerta Alba-Keneth. Por favor, entérese en este enlace. Esta historia toca el corazón por las características brutales de los incomprensibles crímenes y por la forma de llevar el duelo.
[frasepzp1]
Quizá ahora, si en verdad aman a sus hijos, algunas personas se abstengan de poner alertas Alba-Keneth por motivos de venganza personal o como maniobra para ganar en conflictos de custodia de menores. Pensemos en lo que sufrieron Alba y Keneth para que los niños en riesgo dispongan de un mecanismo de rescate. No pisoteemos la memoria de los dos pequeños e involuntarios mártires.
Nuestros seres queridos nunca se marchan del todo. Desaparecen físicamente, pero su llama no se extingue. No hay nada de malo en recordarlos, en volver a llorarlos de vez en cuando una vez superado el duelo profundo. Puede servir si pensamos en qué instrucciones nos darían si, conociendo su inevitable situación, pudieran decirnos cómo debemos seguir adelante.
Aprovecho para decir adiós a un amigo de la infancia. Allá en el Instituto Nacional Central para Varones le gritábamos «¡Robotín!», y él corría detrás de nosotros de una manera que daba mucha risa y quizá por la cual lo molestábamos. Corría con el cuerpo tirado hacia adelante, como si fuera a caerse de bruces. Cuando me atrapaba, jadeante me rodeaba con ambos brazos y me daba una sacudida. No lastimaba.
Robotín se convirtió en doctor. El destino quiso que fuera el obstetra de mi primer hijo en el Hospital General. No volví a verlo de nuevo. Recuerdo que las enfermeras y los colegas querían mucho al doctor Chusito.
Esta semana, Jesús Arnulfo Oliva Leal se suicidó en la cárcel del cuartel Mariscal Zavala. Estaba acusado de corrupción. Yo no voy a declarar su inocencia porque no me consta nada. Lo que me duele profundamente es que se le haya negado el derecho a defenderse, pues los signos de su desequilibrio físico y mental fueron evidentes y presentados oportunamente a quien correspondía. No conozco a la familia de mi amigo de niñez. Si usted la conoce, por favor hágale llegar mi sentido pésame.
Más de este autor