Para nosotros, como jóvenes en este lugar donde somos tantos, desarrollar el país es la opción para dignificar el trabajo de nuestros antecesores, de nuestras familias, de los que trabajaron por nosotros dentro del país en condiciones inhumanas o en el exterior bajo el yugo de ser los extranjeros en tierra ajena, trabajando siempre tierra ajena. Darle al país un orden en el que estemos todos incluidos es la manera en la que al fin podremos acabar con tanta violencia: la misma violencia que acosa nuestras mentes y nos dice que no podemos pensarnos, planificarnos, reconocer las estéticas de nuestros seres individuales, de los otros, de nuestros seres colectivos y del ser colectivo que al final podemos ser, pero sin que esta unidad signifique violencia.
Traigo a discusión una apuesta para mis coetáneos: ¿qué hacemos con este Estado?, ¿vamos a tirarlo todo también nosotros?, ¿vamos a enfrentarnos hasta matarnos y luego dejar el Estado hecho un mamarracho de crisis constantes?, ¿vamos a seguir dejando morir personas de hambre, por falta de acceso a la salud pública y a la asistencia social, a la educación, al sistema económico-laboral?
Desde lo más básico, quiero responder que, en primera instancia, la organización del Estado es ya suficientemente atrasada. La apuesta no es acabar con ella, sino implementarla, hacer que el Estado consiga dar los servicios que debe por mandato constitucional y que le agregan los acuerdos de paz y demás instituciones democráticas, mientras se le adhieren las necesidades que, en una discusión solamente posible mediante la democracia, acordemos al fin. Les propongo que no seamos enemigos a muerte, sino adversarios democráticos, como acusan los demócratas radicales. Los jóvenes no podemos heredar conflictos que imposibiliten que actuemos de acuerdo a nuestro tiempo. Nuestra calidad de novatos nos permite concebir que lo público puede ser eficiente y que es necesaria su eficiencia para que el país se desarrolle.
Es posible unirnos en las incertidumbres de nuestra juventud y en las certezas de la vejez. Tenemos las energías de una juventud que empieza a dejar una impronta grande en la historia del país y en la humanidad.
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Crecer significa reencontrarnos con el pasado, perdonar la violencia y hacer las cosas con sinceridad, con la comodidad de la honradez y con la dignidad del trabajo bien hecho. Es por eso que a continuación enumero los compromisos que creo que como generación es importantísimo que reafirmemos y hagamos ciertos:
- Nuestro compromiso irrestricto con la paz, con la democracia y en la lucha contra el sistema de exclusión étnica y de género, que nos sume en el atraso y la dependencia. Asimismo, la lucha contra nuestra más grande némesis: el pacto de corruptos, ahora de golpistas —un puñado de ladrones de lo público asustados y con mucho poder—.
- Nuestra solidaridad entre jóvenes y como parte de una nación que estamos construyendo en nuestra formación como adultos, profesionales, trabajadores, empresarios y compañeros ante el mundo. ¡Aprovechemos, pues, el país de los jóvenes!
- El perdón como una acción indispensable. Perdonemos a los que se equivocaron en la historia y pidámosles que entiendan, en la medida de lo posible, nuestras propuestas, que a la luz de la contemporaneidad se vislumbran como correctas. Seamos conscientes todas las partes de que no haber consolidado la paz hasta el día de hoy es quizá un agravio mayor que el de haber prolongado la guerra.
- Hacer de nuestras mentes y cuerpos espacios amplios de libertad. Sintámonos capaces de amar y trabajar, de ser espectadores de la belleza y, a veces, objetos de la tristeza. Que no nos ahogue la desesperanza que causa el asqueroso privilegio que significa siquiera poder leer esta nota en un país como Guatemala. Que no sea este vaivén de soledades que nos aturde lo que nos nuble la mente y el cuerpo como para no poder caminar hacia las soluciones.
- Llevar en conjunto y con armonía conceptos como familia, individuo y colectivo, así como libertad e igualdad. Entendamos la representación como principio democrático moderno y como nuestra calidad de ciudadanos contemporáneos. ¿Se lee acaso imposible?
- El asalto al Estado mediante la democracia. Seamos estratégicos y preparemos la retirada de los corruptos. Lleguemos de manera centrípeta y desde distintos bandos —desde partidos nuevos, reales, institucionalizables, y desde organizaciones ciudadanas— a un objetivo común: decidir cómo podemos vivir en paz y de tal manera que todos tengan la oportunidad de desarrollarse como humanos.
- No permitir que nos ahogue el lamento de los viejos. Nosotros tenemos una oportunidad de hacer esto de manera más rápida, limpia y definitiva. Esto, claro está, reconociendo el valor inigualable de la experiencia y la sabiduría de la vejez.
- Una conciencia de que las soluciones son en gran parte materiales. Esto, sin despreciar el valor infinito de las ideas. Esto significa que las soluciones para este país están en pensar de manera holística e individual el Estado, la economía, la sociedad y la cultura para crear y asegurar oportunidades de desarrollo. Lo anterior debe traducirse en escuelas, en hospitales, en centros de salud, en calles limpias y utilizables, en poder vivir sintiéndonos seguros, libres, capacitados, empleados o empresarios —o ambos—, parte de una cultura. Debe traducirse también en juventudes que no se pierdan en la desesperanza, sino que se iluminen por las oportunidades. Todo esto, a partir de un principio que se repite en nuestras cabezas: la paz democrática.
- Actuar con la cabeza fría. Respetemos lo que dicen los otros. Escuchémonos los unos a los otros. Entendámonos y conformemos una sociedad civil organizada, partidos nuevos, comités y demás grupos políticos con identidades políticas, en los cuales podamos hacernos ciudadanos. La democracia necesita un espacio pequeño pero constante en nuestras mentes.
- Y por último, que los civiles nunca más estemos divididos ante el Estado. Estamos resistiendo ante la violencia de manera democrática, libre, ciudadana. Estamos tomando plazas, universidades, espacios privados y públicos. Este país nunca volverá a ser el mismo.
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La oportunidad de hacer un mejor país está frente a nosotros. Solo necesitamos estar organizados y darle un espacio en nuestra mente. El tiempo de hacer lo que soñábamos de niños ha llegado y parece más difícil de lo que pensamos. Pensar es el proceso que puede llevarnos a los resultados. La capacidad de pensar y de poder expresar los resultados de este proceso individual y colectivo es una de las bases de la democracia.
Pensémonos como una nación de naciones, como una cultura de culturas aunadas por la violencia histórica y presente, como una posibilidad inmensamente abierta y libre, de tal forma que podamos preguntarnos: ¿podríamos vivir en verdadera paz? —¿por qué la violencia, y no más bien la paz?—. A mí me gusta creer que sí podemos y estoy creyendo que sí. Porque solo así tengo un poco de certeza de que se puede hacer posible la justicia en este país y una motivación para seguir en las calles exigiendo libertad.
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