¿A qué llegó Jimmy al poder? Desde una perspectiva individual, se puede inferir que llegó como un fantoche[1]: sin plan de gobierno, sin capacidad, sin liderazgo. Fue el fantoche perfecto para quienes tienen el poder de manipular los hilos, como bien decía Marielos Monzón en su columna de esta semana.
Desde la perspectiva de cierta parte de la ciudadanía, Jimmy Morales fue la figura que rescató la institucionalidad después de la crisis del 2015. Desde una perspectiva política, Jimmy se convirtió en el perfecto tonto útil para quienes veían amenazadas sus cuotas de poder si el equipo encabezado por Sandra Torres llegaba a la presidencia. Es probable que Jimmy haya sido la opción menos mala para ciertos poderes fácticos que apoyaban el fracasado intento de Manuel Baldizón y de sus secuaces. Al ver que este no pudo seguir en la carrera electoral, logran secuestrar de nuevo el poder democráticamente a través de la captura del FCN y del actual presidente Morales. En un año y pocos meses, las piezas se acomodaron.
Teniendo acceso al poder institucional mediante diputados del FCN (electos y trásfugas) en el Congreso y puestos clave en el Ejecutivo, incluyendo al presidente y a miembros del gabinete, el poder informal se vuelve a consolidar formalmente. Sin embargo, queda un enemigo: el aparato de justicia, que se ha venido fortaleciendo. En particular, desde la dirección del comisionado Iván Velásquez. Tanto la ex fiscal general Paz y Paz como la actual, Thelma Aldana, y una serie de profesionales del derecho asumieron al mismo tiempo la construcción de la institucionalidad, el saneamiento del sistema (fiscales y jueces como Miguel Ángel Gálvez y Claudia Escobar) y la lucha contra la impunidad en el país.
Por primera vez en la historia del país un presidente, una vicepresidenta y gran parte de su gabinete, así como diputados, empresarios y miembros de otras instancias sociales y políticas tradicionalmente intocables en el país, enfrentan procesos penales en Guatemala por corrupción y nexos con cuerpos ilegales y aparatos clandestinos. Algunos se encuentran en el exilio, huyendo de la justicia, incluidos miembros de familias tradicionalmente poderosas en los planos económico y político.
Existe una gran desinformación, por un lado, por parte de medios que les son favorables a esos poderes oscuros y, por otro, por medio de voceros de poderes tradicionales y emergentes, enquistados paralelamente en el Estado y en las dinámicas económicas, sociales y políticas normales.
Observar los toros desde el matadero es distinto que estar en el ruedo. Pronto se ven algunos corriendo en la arena, y ya no en su cómodo sillón VIP.
Al verse acorralados y sin muchos asideros, recurren a estrategias burdas: construir el enemigo. Y es allí donde empieza la estrategia mediática. Con un par de controversiales voceros se busca levantar perfiles de más fantoches, esta vez para construir un imaginario a través de la narrativa. Ahora la Cicig, el MP y todo el proceso de justicia son el enemigo.
El imaginario ideal en un país aún herido por la guerra interna y desinformado es acudir al discurso de la guerra fría: «La izquierda acecha». Se acude al discurso del fervor nacionalista y patriotero: «Afuera injerencia extranjera». Con una población pobre y desesperada se acude al discurso de la convicción religiosa: «El presidente es el ungido y sus decisiones son mesiánicas». Todos estos son discursos que apelan a la ignorancia y a la emotividad de la ciudadanía acrítica, ignorante, desesperada y poco educada.
Ya con interlocutores virtuales (sean reales o creados artificialmente en las redes como cajas de resonancia), el caldo de cultivo está servido para mover al fantoche elegido presidente.
Sin embargo, el fantoche también tiene cola que le machuquen. Vivir en un país donde la impunidad era la norma hace que cualquier imprudente caiga en las grietas. La familia del fantoche está acusada de corrupción, pero la gota que derramó el vaso fue precisamente que los hilos que mueven al fantoche empiezan a ser visibles. Ahora los poderes que lo mueven se ven amenazados. Quien fuera el tonto útil en el 2015 toma infelices decisiones políticas probablemente asesorado por esa estructura de poder que mueve hilos, que no quiere permitir que el fortalecimiento de la justicia siga su rumbo y se siga desmoronando el sólido edificio de impunidad que les ha permitido a algunos seguir capturando la nación para su beneficio. El tonto útil toma decisiones nada acertadas al viajar a la ONU y presuntamente pedir la expulsión del comisionado Velásquez, pero no encuentra eco en su infundada petición. Acude entonces al plan B, a la expulsión del comisionado declarándolo no grato, aunque ese no sea el sentir de una gran parte de la población que lo eligió. Protestas en las calles y la imagen internacional de un «país podrido», inestable y poco confiable son la consecuencia de las pobres decisiones del títere de turno. En río revuelto, ganancia de pescadores. Las revueltas y la inestabilidad social y política pueden motivar a los poderes fácticos a tomar las riendas de nuevo.
Es allí donde nos encontramos hoy. El tonto útil solo llegó a decepcionar a un pueblo que sigue teniendo esperanza en la construcción de una nación justa y en paz, a un país que merece algo mejor.
Aunque en Guatemala hace falta mucho, debemos tener claro que la justicia no tiene ideologías de izquierda o de derecha. El respeto a la ley y la lucha contra la impunidad no son de socialistas o de capitalistas. La construcción de una nación verdaderamente democrática implica comprender que es la ciudadanía la que debe estar representada en las instituciones y en las decisiones públicas. Cuando esto no sucede, quien está en el poder pasa de ser un tonto útil a ser un tonto inútil.
Reproduzco este mensaje que le escribí al presidente Morales cuando asumió su cargo: «Cada vez que tome una decisión, lo invito a pensar cómo va a entregar el país en enero del 2020 a quien lo suceda. Puede usted pasar como otro servil instrumento o como el estadista que aprovechó las circunstancias históricas para cambiar el rumbo de Guatemala hacia mejores estadios rompiendo estructuras de poder, construyendo equidad y consensos, integrando, escuchando, no reprimiendo. Cuando se asome a la ventana y vea a un pueblo enardecido diciéndole que renuncie, es porque ya es muy tarde».
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[1] Muñeco que se mueve por medio de hilos o mediante una mano introducida en él.
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