Aunque haya una multitud de aspirantes a líderes sin formación ni carácter básico para ser tales, ese percibido vacío de liderazgo debe ser superado con un proceso de creación de liderazgos en todos los niveles y sectores, que incluso puede ser generacional. Sin tanto tiempo para esperar a los nuevos líderes en el campo de la política, habrá que rezar e implorar correctamente qué es lo que esperamos que surja en el corto plazo.
La formación de líderes de la clase política debería tener obvias implicaciones en materia de aptitudes. Pero ¿qué decir de las actitudes que al final marcan el comportamiento y la forma de comunicación planeada o espontánea, que en una sumatoria de características forjan la imagen que al menos al votante pensante le proyecta el plan de lo que una nueva administración podría ejecutar?
Los últimos años se han ido perdiendo en una discusión que abunda en la coyuntura, que se concentra en los fragores del intercambio de epítetos en redes sociales sobre quién es bueno y quién malo, provenientes de argumentadores de talla mundial sobre causas de fenómenos atribuibles a lo que ellos interpretan como el lado oscuro de la fuerza. Por supuesto, dependiendo de de qué lado se encuentren parados, siempre sienten la luz del lado de ellos. Como corolario, un encantador grupo se para de un lado y deja la cola del otro. Así planteada la situación, no es factible que en este escenario y tratando estas materias surjan líderes políticos que muestren la suma de aptitud y actitud que señale el norte del viaje de esta sociedad.
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Nunca más cierto que en estos momentos, el orden de los factores sí nos altera el producto. Porque, si no existen las reformas políticas que mejoren las formas de participación, nada bueno se puede esperar del resultado del nuevo proceso eleccionario. Y los rezos y las imploraciones deberán dirigirse entonces a la obtención de un milagro y a que nos agarren confesados. ¿Qué característica debería tener la comunicación del aspirante a líder con la masa en estos momentos? Pues hay que joderse: debería ser absolutamente cínico y estar lo más alejado posible de lo políticamente correcto, tomando como discurso el tema del norte para el viaje social y los problemas estructurales que se ven nublados en la óptica de la coyuntura y en el mar de tuits.
Entre las declaraciones políticas cínicas y memorables de la historia podemos recordar a Winston Churchill cuando dijo que no podía ofrecer más que «sangre, sudor y lágrimas» y preparó así a los británicos para la parte más álgida de una guerra en la que salieron triunfantes. Acá habría que llamar a la sociedad a que entienda que el norte del viaje social es, por ejemplo, la desnutrición crónica y la degradación ambiental; que en función de esos dos temas se debe alinear la funcionalidad del Estado; que teniendo en cuenta ese norte se debe caracterizar un modelo económico, y que a partir de ese concepto se pueden definir la competitividad y el diálogo de los sectores.
No estamos en época de andar adornando las cosas innecesariamente. No tenemos tiempo. De cínicos a crudos en los discursos, hay que plantear las cosas como son e ir contra aquellos que quieren asaltar o seguir asaltando el Estado de un país que está en la cola del desarrollo del continente y en caída libre. Para cerrar, por el momento mejor dejo el estribillo de una canción de Sabina: «Cuando a los cínicos les dio por rezar, él le puso a Satán un vela». Y, adelantando en el mismo sentido de la letra de la canción, reconozcamos a quien quiera y pueda hacer algo por el país en alguien que llame pan al pan y vino al vino. No más discurso pajero ni motivacional tipo cheerleader.
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