En 20 minutos solo he logrado avanzar una cuadra. Hay agentes de la PMT en la sexta, en la séptima y en la Reforma, que dan prioridad de paso a los carros que circulan por las avenidas. Así lo hacen casi todas las tardes, pero el Waze me pegó la gran tomada de pelo al mandarme por la calle.
Llevamos casi tres minutos esperando a que nos dejen pasar. «Aún me faltan tres cruces de calle», pienso y mejor me relajo. Sin embargo, los conductores que vienen atrás no parecen compartir mi esta...
En 20 minutos solo he logrado avanzar una cuadra. Hay agentes de la PMT en la sexta, en la séptima y en la Reforma, que dan prioridad de paso a los carros que circulan por las avenidas. Así lo hacen casi todas las tardes, pero el Waze me pegó la gran tomada de pelo al mandarme por la calle.
Llevamos casi tres minutos esperando a que nos dejen pasar. «Aún me faltan tres cruces de calle», pienso y mejor me relajo. Sin embargo, los conductores que vienen atrás no parecen compartir mi estado zen. Tocan las bocinas de sus autos incesantemente, en un frenesí lunático. Las motos ya han copado todos los espacios del frente del semáforo y aceleran sus motores mientras le gritan cariñitos al policía de tránsito. Los choferes de cuatro buses que también están esperando no se quedan atrás en este relajo: primerean haciendo amago de pasar por encima de cualquier cristiano. Aquello es, sin duda, lo más cercano en Guatemala al quinto círculo del infierno de Dante, reservado a los iracundos delirantes.
Un chorrito de agua jabonosa cae sobre mi parabrisas y me hace saltar del asiento. El muchachito que lo lanza pide una moneda a cambio. Se la doy y recuerdo que hace apenas un mes, cuando recorría las calles de Yakarta, no sentía esa histeria colectiva en las calles. Allá, a pesar de que el parque vehicular es diez veces mayor que el de la ciudad de Guatemala, casi no se escuchan bocinazos en las calles. El tránsito fluye lento, tanto o más lento que acá, pero la gente conduce con pasiflora en la sangre. Es su estilo de vida. Los indonesios son tranquilos y pausados. Aprecian la armonía y la paz.
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Me cuenta mi esposo, que vive allá, que los javaneses tienen una palabra para explicar esta actitud. Sabar significa en bahasa paciencia y es considerada no solo una virtud, sino más bien una filosofía de vida que se aplica a lo cotidiano. A los habitantes de la isla de Java les generan rechazo la urgencia, el estrés y la violencia excesiva. Por eso casi no bocinan en el tráfico y tampoco se gritan en las calles.
Es evidente que ambas ciudades necesitan replantearse el tema del transporte urbano. En Guatemala urge transporte público de calidad, no esas carcachas inseguras que corren como diablos y que a su paso dejan una estela de humo negro. Yakarta inaugurará este año el MRT (Mass Rapid Transit), un metro que le pertenece al Gobierno de la ciudad y que conectará los principales ejes económicos de la capital. Además, desde hace años tienen un tren de cercanías que conecta la metrópolis.
En nuestra «ciudad del futuro», como la llaman con ironía algunos tuiteros, las autoridades ni siquiera se están planteando soluciones a este desastre. El transporte público colectivo está ausente de la agenda pública nacional y municipal. Y está más que claro que aquello de sabar de los indonesios nos queda grande a los guatemaltecos. Así las cosas, seguiremos muriendo un poco cada día en este infierno dantesco.
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