Visto con este lente, la seducción ha sido tratada por esta sociedad patriarcal como un mercado de libre competencia en el que las mujeres representamos el producto deseado y los hombres son los consumidores o demandantes.
Para el funcionamiento de este mercado, la sociedad asigna roles a hombres y mujeres. Ellos demandan un producto que satisfaga sus necesidades biológicas. Y nosotras tratamos de ofrecerles un producto casi homogéneo: «bonitas, delgadas, de buen vestir, de mirada esquiva y falso reír», como dice la canción de Rubén Blades.
Desde jovencitos los varones van ensayando el arte de la seducción como moneda de cambio. Seducir a una mujer no es fácil. A prueba y error van aprendiendo (los que lo hacen) y solo algunos se vuelven expertos, maestros de la seducción.
A nosotras, en cambio, este mercado patriarcal nos pide que nos pongamos bonitas, bien vestidas, maquilladas y seductoras, pero sin parecer putas; que estemos delgadas y seamos calladitas; que no opinemos mucho; que nos riamos de todo; que seamos sumisas; etc. La que se salga de este rol tendrá que ir a buscar un nicho de mercado alternativo (tal vez con extranjeros o, mejor aún, con extraterrestres).
Al hombre, en cambio, el mercado no le pide cuidar su físico. Para qué lo va a hacer si es solo comprador. «El hombre es como el oso: entre más feo, más hermoso», dice el blasfemo refrán. Y ay de aquel que quiera salirse del canasto porque será mirado con sospechosa homofobia.
El intercambio comienza cuando el hombre selecciona el producto y se dirige a ofertar. Cual ave extenderá sus alas, danzará y dará sus mejores gorjeos. La chica escuchará con paciencia franciscana a varios hasta que llegue el que le cante la canción correcta (pingüinamente hablando), cuando decidirá hacer trato. Por supuesto, conforme la mujer tenga más experiencias y también más años va a requerir tonadas más finas y mejor interpretadas, lo que posiblemente la obligue a ofrecer su producto en mercados alternativos, más gourmet o delicatessen.
Mi hija Amanda me hizo una brillante acotación sobre el funcionamiento de este mercado. Dice ella que algunos varones se acercan buscando amistad, pero esperan obtener sexo a cambio. Si usted compra una camisa, no puede esperar después que esta le sirva de pantalón. Seducir con fines sexuales también es posible y permitido. Lo que no es limpio es fingir amistad y después reclamar, en el cambalache, que la chica le dé de comer al pajarito. Al parecer, es muy común que el chavo se acerque con propósitos terapéuticos y con la más franca y desinteresada amistad, pero después intente cobrar haciendo que la chica se convierta en catadora de pepinos.
Si el hombre lo que quiere es sexo, tiene que seducir a la chica para que ella le ofrezca sexo. Si la chica solo ofrece amistad, de gana estará graznando. Recuerde que, en un mercado de libre competencia, la libertad de elección y la información son fundamentales.
Este mercado ya es bastante injusto para nosotras. Yo preferiría un intercambio en el que no seamos vistas como un producto homogéneo, sino en el que cada una sea única e incomparable. Uno en el que nosotras también podamos cumplir el rol de consumidoras y seductoras. Ahí sí podríamos hablar de libertad de mercado.
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