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El lenguaje y la vida, la vida del lenguaje

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El lenguaje y la vida, la vida del lenguaje

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“… nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos…”, escribió Virginia Woolf, en 1929, en “Una habitación propia”, el ensayo en el que plantea la necesidad de que las mujeres tengan un espacio propio para crear, para hacer que se escuche su voz. En esta serie, Plaza Pública reanuda la pregunta: ¿Cómo construyen su habitación propia las mujeres guatemaltecas? Aquí responde Silvia Osorio, escritora e ingeniera.

Margarita Carrera batió sus alas para escribir poemas en la eternidad, quiero tomar el agua del cántaro que ella me regaló para escribir este artículo.

Tuve que viajar a otras tierras, al encuentro de personajes, historias, calles, conocimientos y quereres. Pocos atardeceres me hacían pensar en mi país de origen; tal vez el viento hacia el sur, bailoteando con las nubes por el cañón de Palín. Lo que sí me hacía sentir que en Guatemala existían  mañanas de café y libros fue exactamente la amistad de mis padres con Margarita Carrera; y por qué no decirlo, también para mí era una amiga. Deseo rendir un homenaje a la mujer que marcó mi vida, y que en silencio he guardado hasta que ahora su ausencia terrenal, me hace ceñir ese recuerdo, el fundamental abrazo de su voz.

Las mañanas de los sábados eran ir al mercado de la Terminal para obtener los mariscos, pescados, hierbas aromáticas; brebajes mezclados con la mano mágica de mi Madre, convertirían esos ojos estáticos de los peces, en sustancias voluptuosas de sabores. El almuerzo era un encuentro de risas, conversaciones, anécdotas y la reverencia a la sabiduría de mi Madre cuando en los movimientos sutiles y firmes, mezclaba los componentes para darle vida a una mariscada aromática; vital y suculenta.  Descansábamos; y la  inquietud de mi Padre hacía la pregunta clave para mí, ¿Quieres acompañarme a casa de mi buena amiga Margarita?, a mí el corazón se me alborotaba de felicidad; con un guiño en los ojos, Papá agregaba, ¿será que tienes otro cuentito escrito por ahí? Pronta corría a mi cuarto y con gran decisión tomaba la hoja que estaba en el rodillo de la Smith que mi Padre me había regalado. Esta vieja máquina tenía un defecto en la “F”, pero yo me decía, Margarita lo verá, y de nuevo me dirá: “siempre vela porque tu máquina de escribir esté en buen estado”; su bella sonrisa blanca acompañaba estas palabras.

Llegar a casa de Margarita Carrera era llegar a las fronteras de lo que para mí era valioso en Guatemala; tranquila nos recibía y solícita nos invitaba al café. Conversaba con mi padre de la situación política, de los últimos acontecimientos, expresaban los análisis y llegaba la segunda taza de café. De repente me miraba y me decía, bueno, ahora qué vamos a leer. En ese momento, me era imposible pensar, los sonidos de mi corazón no me dejaban escuchar los pensamientos. Presta abría el bolsón de cuero viejo, y le mostraba dos o tres hojas. Ella con toda solemnidad se daba el tiempo de leer en total silencio; mi padre cómplice tomaba el café recién servido y su mirada estaba lejos, adentro de sus pensamientos políticos.  Por mi parte, miraba los muebles, el piso, las tazas de café, las deliciosas galletas; bebía un sorbo para dejar que mi emoción tomara compostura.

Margarita encantadora volteaba con su mirada dulce y decía, -me gusta, mmm me gusta-, vamos progresando. Yo abría los ojos para que fuera más adentro de su análisis, sonreía, y venía lo contundente: las figuras literarias son hermosas; Saúl, le decía a papá, esta niña ama el lenguaje. Debes apoyarle. La tarde enfriaba y yo regocijada tomaba la hoja con la letra manuscrita, las anotaciones en las comas, los puntos y comas, y las Figuras Literarias que a Margarita le habían parecido bellas. Abrazaba la hoja de papel; abrazaba el mundo de las letras que reposaban después del juicio, después de que la poetisa las había dado vida con su voz. El fresco de la tarde caía, y las tazas de café se habían multiplicado en la mesa pequeña, mi padre decidía que ya era mucho estar y no dejar que su gran amiga descansara, después de que por las mañanas había nadado, como una sirena en las aguas.  Despedirme para mí era llevarme el mundo de su pluma en mis papeles. Decirle adiós y que ella me acomodara el suéter mal puesto, era lo más sublime. Su mano se colocaba en mi cabeza de niña de 7 años, y su voz me despedía siempre recomendando, no olvides, tienes madera; ama las palabras, déjalas brotar, son tuyas.

Me gustaba jugar poco con otros niños, en realidad me gustaba observar los juegos. Al aburrirme, me iba con mi máquina Smith al final del patio de la casa, y con un dedo poco a poco llenaba de letras y palabras, de pensamientos e historias. Tuve mis personajes favoritos, la controversial tía solterona, mi hermana y su incansable afán por jugar, subir tapiales, árboles, contar relatos de miedo. También viví en los paisajes de la casa de los abuelos, entre paredes de bajareque, techos altos con sendas vigas, tejas que resonaban con la lluvia. Me gustaba escribir sobre la pasión que no entendía pero que presentía en los adultos.

Los momentos políticos y la vida de mi padre empezaron a marcar distancia en las tardes de café; si bien es cierto mi padre siempre tuvo tiempo para leer los cuentos de Chejov, Salarrué, Rulfo, las visitas a Margarita se fueron haciendo más distantes. Las medidas de seguridad empezaron a anidarse en la casa, en los tiempos, en las paredes y en los murmullos. Las tazas de café de la Bomboniere en la zona 1, se fueron alejando y el recuerdo de la dulcería Venus, se volvió un objeto, porque los aromas de los dulces de café, comenzaron a perder su intensidad.

Cada vez eran más esporádicas las mañanas de ir a la estación del tren por las encomiendas del abuelo; los dolores de una Guatemala golpeada, de amigos de mis padres que eran asesinados, trascendió hacia mis amigos asesinados. Empecé a saber del dolor de tratar de entender que un compañero ya no iba a estar conmigo; que no estudiaríamos juntos para hacernos ingenieros. Llegó a mí el tiempo de ser mujer y con ello, este dolor de mi país con tanta sangre, con tanta derrota.

He corrido en la vida. No quise estudiar en la Facultad de Humanidades. No le hice esa  promesa a Margarita. Aunque sé que ella levemente me insistió que no abandonara escribir. La dinámica política no permitía muchas maniobras, pero a ello había que agregar que  siendo una jovencita tomé decisiones por los ámbitos del conocimiento. Así es, en realidad estudié en Guatemala ingeniería mecánica eléctrica, la razón, que existen otros lenguajes que no son los literarios, y porque las máquinas me parecían obras fabulosas de la imaginación humana.

Para aquellos tiempos no se contaba con una Escuela de Matemáticas y Física, o una Facultad. Se iniciaba el proceso de realizar dentro de la Facultad de Ingeniería la carrera de Física Aplicada. En el fondo mi deseo era saber cómo los lenguajes abstractos de la matemática te llevan a representar objetos de la realidad, empecé a sentir pasión profunda por ello. Dejé de escribir cuentos y también haikais. Dentro de mí apareció un ímpetu por manejar una profundidad distinta a la que tenían las letras, las palabras de mi idioma; descubrí en las matemáticas una capa profunda que iba más allá de mi entorno, de las historias, y de las pasiones carnales que le adjudiqué a mi tía solterona. Estas formas de ver la realidad eran diferentes, me ofrecían una voluptuosidad diversa; planos imaginarios que me daba la literatura; tesituras diferenciadas. Dentro de mí empezó una batalla.

Era muy joven cuando ingresé a la Universidad de San Carlos, tal vez demasiado joven para entender la dimensión de lo que se siente frente al conocimiento. Considero, ahora que han salido algunos hilos blancos en mi cabeza, que hay ciertos placeres que necesitan tener un espíritu más fuere; el sensualismo que puede ofrecer la matemática y lo puede ofrecer un poema de Pessoe, requiere caminar en la vida. Los años me permitieron dirimir estas diferencias.

Los impulsos se viven en el interior, pero somos seres sociales; insertos dentro de una sociedad y haciéndonos uno de esta, las pasiones existenciales empiezan a tomar un lugar que no es el que deseamos. Guatemala vivía una guerra, algunos le llaman conflicto armado interno; no es este el espacio para una discusión como tal, lo que sí es relevante, es que siendo una u otra conceptualización, el impacto en las vidas individuales es devastador. Los trazos de nuestras líneas de vida se trastocan, dejamos los elementos que nos daban ilusión, lejos, y los que toman por sorpresa nuestro diario vivir son el miedo, la fuerza, la solidaridad, la tristeza, los ideales, el silencio. En pocos años, las tardes pasaron de paisajes magníficos a borrascosas lluvias de marzo; y la pasión por lo que se desea conocer, se transmuta hacia la sobrevivencia.

Somos pocas mujeres en las carreras técnicas, no me aventuraría a decir que si las condiciones culturales fueran diferentes, tendríamos más mujeres que desearan ser ingenieras, o matemáticas o físicas. Pero puedo formular la hipótesis que es posible que otras formas de enseñanza, otros patrones de relacionamiento y otros roles educativos, podrían dar paso a que las mujeres se adentraran al mundo de las matemáticas, la física y los lenguajes abstractos. Cuando se llega a un ámbito que se ha adscrito a los hombres, porque es de ellos la capacidad implícita, natural, de comprender lo más complejo,  (así se considera que estudie alguien ingeniería), se tiene que ganar el espacio; el respeto (sonrío). Tal parece que los cerebros humanos no tuvieran el mismo diseño, y que su género diera posibilidades demasiado encajonadas. Así es que las jóvenes que nos adentramos en el mundo de los hombres (entrecomillo), tenemos que ser muy peculiares para nuestra sociedad, porque retamos el sistema; dado que se catalogan ciertas áreas del conocimiento para habilidades definidas más masculinas. Punto en el cual estoy en desacuerdo.  

La vida me permitió estudiar con la hija de Margarita Carrera, Margarita Weber; así es la vida (sonrío). Una excelente estudiante, amiga y compañera. Los espacios ganados fueron porque nuestra promoción tenía 20 jóvenes, mujeres resueltas; todas en distintas ramas de la ingeniería, algunas asesinadas, otras exiladas, y otras, con el dolor de perdernos. Creo que nuestro grupo hizo historia, al grado que hasta nos hicieron una celebración porque era un grupo grande, y además de alto nivel académico. Recuerdo bien lo que nos apasionaba estudiar a casi todas, con gran ahínco; entrega. Estábamos distribuidas en ingeniería civil, química, industrial y dos de nosotras en donde casi no hay mujeres, Marilyn Sosa en eléctrica, y yo en mecánica-eléctrica.  El respeto cayó por su propio peso.

Ingresar a un terreno acuñado para los hombres requiere pasión, requiere entereza y especialmente claridad de lo que se pretende alcanzar. Éramos un grupo así. Nos distinguimos porque impulsamos procesos académicos profundos, movimos las bases de un anquilosamiento cultural en ingeniería; e iniciamos la brecha para nuevas especialidades. Podemos dar muchas explicaciones de por qué las personas en general, pero en particular las mujeres, no se consideran hábiles para adentrase al lenguaje de la matemática.

Párrafos arriba he aludido a la posibilidad de que los patrones culturales tengan un impacto en ello; otra posibilidad está en los diseños educativos; así mismo, podemos aludir a los docentes que por primera vez te adentran en las matemáticas, en tu infancia. Quiero quedarme en esta última hipótesis.

El que siente pasión por lo que habla, enseña, traza, diseña, crea, lo trasmite de forma inusitada a los aprendices. Recuerdo bien la película La Lengua de las mariposas dirigida por José Luis Cuerda, forma parte de lo que llamaría las piezas exquisitas del cine español, y me atrevería, mundial. El viejo profesor de un pueblo en el momento cúspide de la Segunda República Española, como se ha dado en llamar, transmite a sus estudiantes el amor por el conocimiento, por la pregunta, por la duda, por creer que soy capaz de entender mi entorno. Ahí quiero hacer ramas. El profesor rural, el de la ciudad, que por primera vez nos enseña en las aulas de pizarrón verde, de yeso y almohadilla; ese el que con su voz acompasada nos muestra el camino de los saberes, el que ama las matemáticas, la literatura, las ciencias naturales, la historia del país y del mundo, el que nos hace sentir que nos cimbramos con una obra de arte: un poema, una representación teatral, una pieza musical, un cuadro; ese profesor que lo siente dentro de sí, nos hará seres apasionados. Entusiasmará nuestras almas por el conocimiento, nos abrirá las puertas de la vida, del razonamiento, de lo sensible; ese profesor hará de nuestras vidas el niño, la niña, los jóvenes que volcarán su espíritu por la pasión del discernimiento, de la creación, del cambio. Ese profesor que cree en el conocimiento per sé y que estimula niños y niñas y no distingue entrambos; hará el cambio para la sociedad. Yo tuve esos profesores en mi casa.

¿Qué me hizo esta mujer apasionada que soy?, los grandes maestros de mi casa. Mi madre me enseñó que una mujer va bosquejando sus búsquedas para alcanzar metas, y que una vez alcanzadas éstas, vendrán las siguientes, siempre y cuando se tengan los ojos para crear;  la mujer debe tener confianza en que es inteligente, que tiene derecho a sentir y pensar. Mi madre amaba el teatro. Mi padre me enseñó el amor por la precisión, por la disciplina, por el placer de la literatura; con su voz cadenciosa leyendo relatos, pude viajar a mundos  inimaginables. Mi hermano me enseñó que las matemáticas se dibujan, son volutas hermosas que nos muestran mundos nuevos e increíbles. Mi hermana me enseñó que la plástica va más allá que los colores, que los dejos, que los trazos; me enseñó a danzar y bailar con las mariposas. Mi abuelo paterno me dijo que sobre todo hay que tener humildad, porque solo el humilde sabe que tiene que seguir el camino del aprender.

Sería mentira que dijera que la pasión que siento por saber es solamente mía; se origina en una familia especial. Así como otras que en este país se desbarataron; la mía, siempre quiso aportar a una patria dolida. La pasión no es gratuita, la pasión es una brecha que se habré con la pasión misma, es una cadena de satisfacciones que van enseñando, que van demostrando que se alcanzan las orillas del río; de los ríos del conocimiento. Aquí me quiero detener para reflexionar.

Cuando llegué a México, recibida por un país generoso; con calles llenas de cantares, de personas amigas. Un país con larga trayectoria cultural desde los mismos pueblos originarios. México me enseñó a concretar mis pasiones, porque me ofrecía una boca abierta al conocimiento y a la creatividad. Cada vuelta de esquina te habla, te invita a conocer. Me volví una con ese país. Este entusiasmo por adentrarse a comprender ámbitos entre la literatura y la matemática, me lo brindó mi casa de estudios, los docentes que más que darnos un curso nos compartían ese compromiso, la búsqueda, los encuentros; las voces de poetas y científicos, se empezaron a hacer una amalgama espléndida; así igual que las frutas que se salen plenas de colores en las ventas de los carritos callejeros, México me dio la madurez y la distancia.

Las calles, los largos ejes, la historia contada por el transeúnte, por las buenas gentes de las taquerías; me invitó aún más a vivir, a sentir de nuevo que la muerte, el dolor, la violencia se había quedado lejos y que de nuevo podía, silente, volver a mis caminos. Tal vez algunos piensen que el reino del hombre está allí, como aquí, allende las fronteras, allende los mares; pero lo que puedo sustentar es que ese machismo mexicano, se obnubila cuando alguien te da la solidaridad de pueblo. Es un sentimiento complejo que se comprende cuando se vive en el exilio; cuando no extrañas las tardes y los vientos de tu país, porque puedes correr, caminar, amar,  gozar en el mutis de tu alma, sin que una metralla te haga ruido en el espíritu. México me permitió hacer las maletas para un nuevo mundo.

Pero las huellas de la patria perduran, las culturas se llevan en nuestros huesos; construyen  un edificio portentoso; las marcas de una sociedad que no deja hablar a las mujeres, que acalla sus voces y los pensamientos, se fueron conmigo a aquellas tierras. Tener frente a mí la oportunidad no significó explotarla totalmente; era tener el festín, el manjar, pero temerosa mi mano, no siempre obtuve todo lo que quería. Lo que la historia de tu país escribe queda grabado, lo que debemos hacer es desaprender. Aun así aproveché lo que me permitía mi bagaje familiar. Logré encontrar la combinación que está dando los frutos actuales.

La Universidad Nacional Autónoma de México realmente fue un alma mater que te acoge; coloca frente a uno oportunidades que no podía tener en Guatemala. Inicié mis búsquedas y mis encuentros. Cuando se tiene la posibilidad de dar pie a la pasión, suele suceder que la confusión acude al pensamiento, el alboroto de querer tomar como niños en dulcería, puede no permitir aprovechar y optimizar. Pero se madura. La madurez te va dando la potencialidad de ver todas tus posibilidades internas; el análisis de tu constitución íntima va a dar pie para que puedas explotar y explorar. Así fue.

Tanto la Facultad de Ingeniería como la Facultad de Humanidades me brindaron enseñanzas. Pude aprender mucho de los libros, de las vivencias y de mi persona. Pero aún faltaba describirme, esa oportunidad me la dio de vuelta Guatemala.

Cuando inicié mi reencuentro con mi país (todavía no lo he concluido), la Universidad Rafael Landívar me abrió las puertas, y de qué manera; tuve la oportunidad de tener maravillosos jefes, compañeros de trabajo, pero lo mejor de todo, estudiantes que me plantearon el reto. Entonces, el discurso se vuelve realidad, y la transformación estaba ahora en mis manos; el docente ahora era yo. Hacer mis programas de cursos me ha dado un maravilloso campo de conocimiento; cada día veo más y más áreas de los saberes y líneas de investigación que me hacen feliz. La Universidad Mariano Gálvez, al darme espacio en la Licenciatura en Lingüística y Licenciatura en Sociolingüística, me permite  dar el paso que quería encontrar en mí y que se vuelve vuelta de tuerca.

Los cursos que ahora imparto me han dado la posibilidad de tomar mi pasión por el lenguaje, por los lenguajes. La amalgama se ha dado en mi vida: lenguajes que dicen historias. Entonces ha venido el desaprender la violencia que sufrí, no olvidar pero sí transformarla en la energía que me conduce por un camino insospechado; cada día descubro en la maravillosa oportunidad de conjugar los lenguajes (matemáticos y literarios), que existe un tercer camino en ellos: el mundo ancho y abierto de la creación.

Las cicatrices que dejó en mi espíritu una sociedad, que considera que acallar las voces de mujeres es avanzar, están ahí, ni que quepa duda; estas cicatrices son parte de mis orgullosos galones de las batallas ganadas. Hoy puedo decir que camino con paso decidido pero que mis pies son tenues y gráciles, hoy más que nunca le doy vuelta a la tuerca para retornar  mis tardes lúdicas con el café, la mesita del centro, la voz de mi padre y Margarita diciéndome: tienes madera, escribe, es lo tuyo; pero no olvides ante todo dar vida a tu  imaginación. Pero lo que más resuena en mi alma por estos días, es la figura gigante de una mujer como Margarita Carrera que abrió brechas enormes, pero que en mí sembró flores de colores. 

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