El distanciamiento social que no debemos acatar

El distanciamiento social no equivale al distanciamiento físico que piden los profesionales de la salud en pleno estado de calamidad provocado por el covid-19. Si bien el campo semántico es cercano, entendemos que la idea general es alejarnos físicamente unos de otros para detener la propagación del virus y evitar nuevos contagios.

Sin entrar a nivel conceptual en las diferencias de ambos y en la necesidad de acatar el distanciamiento físico recomendado, existe otro tipo de distanciamiento que, en lugar de proteger la vida, la abandona a su suerte y provoca más sufrimiento y muerte que el coronavirus mismo. Este tipo de distanciamiento es tan normal que forma parte de nuestra cotidianidad y, por lo tanto, parece inconstitucional protestar contra su vigencia. Veamos algunos ejemplos.

Antes del covid-19, unos bajaban para comprar y otros subían para vender. El encuentro obligado entre estas dos clases sociales era mediado por el excedente de uno y el salario mínimo del otro. Si bien ambos sonreían e intercambiaban saludos, ese encuentro fugaz terminaba con la esperanza de que ese fuera el único lugar en el cual estos mundos, sus mundos, convivieran por un momento.

Antes del covid-19, unos bajaban la ventanilla del carro y otros ofrecían flores o toallas. El diálogo amablemente programado no admitía ninguna pregunta o respuesta fuera del precio, la frescura o la calidad del producto. Ese encuentro, delimitado por el semáforo, terminaba con la certeza fugaz de volver a encontrarse en el mismo lugar, siempre y cuando el de adentro bajara la ventanilla para comprarle al de afuera.

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Antes del covid-19, unos viajaban del interior a la capital y viceversa. Esta separación de pocos kilómetros, prolongada por la exasperante condición de las carreteras, une y conecta con lo que algunos denominan otra raza, otra cultura. Pero no. No es otro país ni otra cultura. No es otra raza.

Este mal entendido distanciamiento social tiene que ser deconstruido durante la pandemia para evitar confundirlo con la brecha social. Nos tocará cuestionar la forma en que nos alejamos unos de otros porque, cuando decreten el fin del estado de calamidad, tendremos que reconstruir a todo nivel las relaciones humanas debilitadas por el confinamiento.

En un esfuerzo aún mayor, tendremos que tomar el estandarte de la solidaridad y dejar que la empatía nos impulse a salir al encuentro del otro para detener el virus de la brecha social creada por nosotros, los que nacimos bajo el mismo cielo y en la misma tierra, pero en condiciones heredadas por sistemas injustos e intocables que parecen no tener cura.

Como ciudadanos, nos toca respetar y cumplir con este distanciamiento físico, que acabará por decreto cuando se desaceleren los contagios. La que parece no tener fecha de caducidad ni decreto que la detenga es la brecha social, la cual no estamos obligados a acatar ni a respetar.