La generación de la que hablo tiene competencia en su baja nota.
«La juventud de hoy ama el lujo. Es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres […] y tiranizan a sus maestros». La cita es del filósofo griego Sócrates, y sus palabras sacudieron el aire 400 años antes del nacimiento de Jesucristo.
Recordé la cita cuando recibí por las redes sociales una larga perorata sobre las virtudes de mi generación (digamos que las personas nacidas entre 1950 y 1960, que comenzaron a reproducirse a partir de 1970). Según eso, la generación de la abuelencia actual andaba en bicicletas sin casco ni frenos, decía por favor y muchas gracias, no tenía teléfonos celulares que le quitaran el tiempo, ayudaba a los ancianos a cruzar la calle y mil virtudes más.
Estoy en desacuerdo con lo anterior porque quien se siente por encima de las nuevas generaciones cuando difunde esos materiales ya olvidó las acusaciones que recibimos durante la adolescencia y juventud temprana. Nos aplicaron lo mismo que se dijo a cada nueva generación desde Sócrates y antes.
De ganancia, a mi generación se la acusó de vagabunda, marihuanera, pegamentera. Éramos peludos, fachudas, bolos, roqueras, sidosos y maleducadas. Bochincheros por excelencia. Abandonamos la Iglesia. Toda una vergüenza para nuestros decentes padres.
Y no es que sea cierto o que como individuo acepte los cargos. Es que así nos declararon y fuimos culpables hasta que no se demostró lo contrario caso por caso.
A las personas de mi generación quiero decirles que en muchos sentidos somos personas privilegiadas. En América Latina vimos surgir y desaparecer el comunismo (entérate); vivimos la transición de sociedades fundamentalmente rurales a mayoritariamente urbanas; presenciamos el nacimiento de la televisión en blanco y negro, las emisiones a color, la transistorización de los electrónicos y su evolución hasta los nanochips, y pasamos de la telefonía como privilegio de clase a la tecnología GS4 en la bolsa o el bolso. Usamos los primeros computadores personales y enviamos los primeros correos electrónicos. En general, hemos sido testigos de la superposición de varias eras en materia de tecnología y presenciamos rapidísimos cambios sociales, políticos y económicos. Desde la tiendita de barrio y los mercaditos de esquina vimos aparecer como ronchas de sarampión los supermercados y malls. De marchantes pasamos a entrepreneurs y de vendedoras a embajadoras de marca en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué aprendimos de todo ello? No estoy seguro.
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En fin, muchachada, hemos sido quizá la generación más privilegiada en cuanto a testificar enormes cambios en la historia de la humanidad, todo en un insignificante suspiro histórico de 60-70 años.
¿Somos en realidad la generación virtuosa que presumimos ser en las redes sociales? Si esto fuera cierto, los frutos estarían a la vista. Nuestros vástagos serían piezas levitantes del museo de la virtud. Además, ¿ya se fijó? Es de nuestra generación que se alimenta la élite de los partidos políticos. Y ya se instalaron los nuevos brotes corregidos y aumentados.
Aparte de nuestros propios retoños —más que obvio—, los de los demás son una panda de cocainómanos, mareras, reguetoneros, desobligadas, vagos, ignorantes, promiscuos, mantenidas, narcos y siga usted cantando la misa.
Lo anterior nos lleva a concluir que, a menos que sea menor de 15 años, su generación, no importa la edad, es la peor de la historia. Así lo decide la anterior y así se transmitirá a la siguiente.
Aparte de abandonar falsas presunciones y estereotipos generacionales, es buen momento para comenzar a contribuir a que las nuevas progenies nos superen. Y no se logrará culpándolas de los males presentes que no supimos evadir.
Hay que empezar por poner buenos ejemplos, por enfrentarnos al espejo y darnos ánimo para ser el cambio que queremos ver en el mundo. Y no sea de quienes piensan que «quien viene atrás que arree» porque habla de sus nietas y nietos. Ya verá que lo demás caerá por su peso.
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