Disfruto la intensidad del sonido instrumental de los Russian Circles en Arluck (2019), que en cierta forma le pone suspenso a una lectura plana y predecible de los medios: estudios científicos que ponen en tela de duda la efectividad de todo lo hecho hasta ahora (confinamientos y mascarillas) y que luego de pocos días son desestimados por otros estudios científicos de la misma valía. Países que entran a la desescalada mientras otros vuelven al confinamiento: jugando al gato y al ratón con la enfermedad.
Leo las palabras del general Mattis en el Washington Post y pienso que ahora los Estados Unidos parecen estar pasando por ese incómodo momento en que otras naciones, como los ecuatorianos, por citar un ejemplo, saben de sobra cuándo la figura del presidente no representa, ni por equivocación, la unidad nacional. Y debo admitir que tiene cierto aire tropical que sea un general en retiro quien lo diga.
La diplomacia china no ha pasado por alto las manifestaciones en los Estados Unidos y abre un nuevo capítulo en este remake de guerra fría en el cual el sarcasmo juega un rol imprescindible: «No puedo respirar», escribió la portavoz de Exteriores de China en su tuit como respuesta a la aprobación de medidas que hizo el gobierno de Trump hace escasos días por la represión violenta de las protestas en Hong Kong: la misma represión estatal que los Estados Unidos utilizan casa adentro.
Disfruto del texto de Javier Brolo y Gabriel Reyes publicado por Plaza Pública esta misma semana. En el marco de la pandemia, en varios países la democracia muestra síntomas de deterioro por obra y gracia de un aparato estatal que genera escasa confianza en la ciudadanía, especialmente por su incapacidad para brindar servicios públicos —de salud en este contexto—.
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Esta condición se agrava por la desigualdad y se podría profundizar en la desescalada, que se anuncia compleja y como un ejercicio de enorme paciencia y resistencia. Aplicar protocolos complejos a lo cotidiano, al menos en el caso del transporte público, se anuncia como un parque temático de horrores.
La pandemia representa también un retroceso —al menos temporal— para la globalización. Las fronteras vuelven a existir donde se habían suprimido. El confinamiento lleva a las personas y a las instituciones a mirar exclusivamente casa adentro, a veces con los extremos de las comunidades que levantan barricadas de piedras para impedirles el acceso a extraños. Los multilaterales saldrán del confinamiento con su reputación muy golpeada y su capacidad en entredicho.
Si a este cuadro se suman la corrupción, la siempre esperada llegada de un mesías que solucione todos los males y la paranoia de quienes denuncian una conspiración para imponer un nuevo orden mundial, el resultado puede ser un caramelo envenenado. De usted depende no aceptarlo.
Termino estás líneas dejándome envolver por la voz de Allison Mosshart en Rise e It Ain’t Water (2020). Afuera la lluvia sigue golpeando el asfalto y marcando el ritmo del preludio de una tormenta tropical.
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