Provocadas por inequidades económicas, por efectos del cambio climático, por desastres naturales, por presión demográfica, por conflictos políticos o por violencias en sociedades de por sí caracterizadas por instituciones frágiles, las migraciones en masa alrededor del mundo nos muestran que los desplazamientos poblacionales —aunque no son un fenómeno nuevo— persistirán en tanto estos problemas no sean mitigados o solucionados desde su raíz en los países de origen.
Si bien las emigraciones se producen dentro de la dinámica migratoria sur-norte, siendo los países desarrollados o con renta alta los que siguen recibiendo en mayor proporción a los desplazados por la hambruna, la violencia, la inseguridad y la corrupción que desalientan los sueños de millares de individuos cada día, poco se habla del fenómeno migratorio sur-sur o transfronterizo. Me atrevo a afirmar que, hace tan solo unos años, ningún guatemalteco imaginaba que Guatemala iba a convertirse en el centro de la noticia al figurar también como corredor de migrantes y refugiados en masa.
De igual manera, supongo que, con la llegada de la democracia y la finalización de los conflictos armados en el norte de Centroamérica, Costa Rica pensó que ya no recibiría exiliados políticos o refugiados como le toca hacerlo ahora, luego de la aguda crisis política que golpea al pueblo nicaragüense. Lo mismo es válido para países como Chile, que, luego de la dictadura y gracias a un sostenido crecimiento económico, se ha convertido ahora en receptor de ciudadanos venezolanos que huyen de condiciones precarias producto de un régimen político prácticamente colapsado.
Pero el paso de la caravana de hondureños y salvadoreños por territorio guatemalteco hacia Estados Unidos en septiembre y octubre de 2018 y el espurio intento del presidente Jimmy Morales de firmar un oscuro acuerdo con el Gobierno estadounidense para convertir a Guatemala en un «tercer país seguro», similar a la petición de Trump a México de contener la llegada masiva de migrantes del norte de Centroamérica, ponen el foco en las dinámicas transfronterizas, que imponen retos complejos a los nuevos gobiernos del área, especialmente en Guatemala, donde en menos de un mes sabremos quién habrá de gobernar el país en el próximo cuatrienio. Hasta el momento, como indica Pedro Pablo Solares, la propuesta de la UNE apuesta a la continuidad con algunas variantes, mientras que la de Vamos ofrecería algunos cambios en política exterior.
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Al respecto, un reciente informe sobre la temática podría arrojar algunas respuestas. El estudio Desarrollo y migración: desafíos y oportunidades en los países del norte de Centroamérica, a cargo de los investigadores Alejandro Canales, Juan Alberto Fuentes y Carmen Rosa de León Escribano (Cepal, 2019), desglosa minuciosamente datos sobre emigración e inmigración en los tres países fronterizos del norte centroamericano: Guatemala, El Salvador y Honduras. Canales desarrolla perfiles de cada uno de ellos y destaca los patrones y las dinámicas económicas que los flujos transfronterizos provocan, particularmente entre Guatemala y México, específicamente entre Chiapas y los departamentos colindantes de Huehuetenango y San Marcos, abarcando incluso a Quetzaltenango.
Dentro de las estrategias de desarrollo, Fuentes propone el cierre de la brecha entre capacidades y oportunidades de empleo e inversión acompañado de la inserción internacional de la región basada en servicios y agricultura no tradicional, programas de retorno y empleo y una estrategia de migración convergente, entre otros.
Por su lado, De León Escribano destaca la necesidad de encuadrar las políticas migratorias dentro del concepto de seguridad humana de las Naciones Unidas, el cual privilegia la seguridad para todos los habitantes con la garantía del respeto integral de sus derechos humanos (no solo los civiles y políticos, sino también los económicos, sociales, culturales y ambientales) y con una visión cooperativa entre los Estados para procurar dicho bienestar.
Valdría la pena tener este informe a la mano para contextualizar y entender el carácter multidimensional de las problemáticas recurrentes detrás de las migraciones. Claramente, los mandatarios de la región necesitarán contar con mayor capital político para formar alianzas transfronterizas y establecer así los intereses prioritarios de la región y de sus habitantes para no doblegarse fácilmente ante los caprichos xenófobos del Norte.
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