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De Guatemala se huye más que de Honduras

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De Guatemala se huye más que de Honduras

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La caravana de migrantes, en su mayoría integrada por hondureños, resaltó un problema que ya conocemos y en el que Guatemala lleva la delantera. Cada año huyen mucho más guatemaltecos que hondureños con dirección a Estados Unidos. Guatemala, a diferencia de los otros dos países del Triángulo Norte de Centroamérica, ha incrementado la migración de menores de edad. En lo que va de este año unos 20,000 menores han cruzado solos las fronteras del norte.

“Las migraciones masivas no tienen nada de fenómeno novedoso: han acompañado a la modernidad desde su principio mismo”, recuerda Zygmunt Bauman en su libro Extraños llamando a la puerta. Y en esta región del mundo –dominada por democracias “malas” como diría Edelberto Torres Rivas– la migración es una cosa de todos los días.

“Niños ahogados, muros erigidos precipitadamente, vallas con concertinas, campos de concentración atestados, gobiernos que compiten entre sí por rematar una desgracia —como es ya de por sí la de exiliarse, escapar por los pelos de una situación mortífera y correr los atosigadores peligros de ese viaje para ponerse a salvo— y que además tratan a los migrantes como si fueran patatas calientes que pasarse unos a otros: todas esas indignidades morales son cada vez menos noticia”, continúa Bauman.

Esta vez sí son noticia. Desde hace dos semanas, los televisores muestran columnas inmensas de personas, madres cargando bebés, niños que a duras penas logran seguirle el paso a sus padres, cientos y cientos de hombres y mujeres que se parecen todos a nosotros, a los que vemos al otro lado de la pantalla. Y nos asombra. Y nos conmueve. Pero tuvieron que reunirse todos, salir en caravana para conseguir un espacio en la programación. Los más de 20,000 menores guatemaltecos que han migrado solos a Estados Unidos en lo que va de este año, según el Consejo Nacional de Atención al Migrante (Conamigua), no aparecieron en las redes sociales. Iban silenciosos, tratando de camuflarse con los demás, de no verse diferentes.

Se calcula que más de 7,000 hondureños han enfilado el camino hacia Estados Unidos en la caravana migrante, y que otros dos mil más ya se encuentran en territorio Guatemalteco, dispuestos a seguir el camino trazado por sus compañeros. Estos datos, que pronto se reflejarán en las estadísticas, quizá harán que sea Honduras el país de la región con el éxodo más grande. Pero hasta ahora —los datos contabilizados hasta el 1 de septiembre de este año— muestran que es Guatemala el país de Centroamérica de donde más se huye. Solo este año ya han sido deportados más de 70 mil guatemaltecos.

Simone Dalmasso

“Si bien antes observábamos en su mayoría a hombres solos, ahora observamos un gran número de núcleos familiares”, cuenta Amanda Solano, oficial de protección de la Comisión de Naciones Unidas para los Refugiados. De acuerdo con datos de Carlos Nares, secretario del Consejo Nacional de Atención al Migrante, este año la patrulla fronteriza de Estados Unidos detectó a 42,707 familias guatemaltecas intentando cruzar de forma ilegal. Es como si todos los habitantes de Cuilapa, o de Fraijanes, se hubieran marchado.

Más fuerte es la situación de los menores que viajan solos. Mientras de México 9,300 menores decidieron migrar solos este año, de Guatemala se fueron 20,701. La situación causa espanto si comparamos las poblaciones de los dos países: México tiene más de 120 millones de habitantes y Guatemala ronda los 17.

¿Por qué migran los que migran?

“A mi sobrino lo mató la mara”, cuenta Rosa, una guatemalteca que ahora vive en Los Ángeles (EE.UU.). “Y yo sabía que también andaban detrás de mi patojo. A fuerza los querían meter a la mara. Como mi hijo es alto y es fuerte, les servía”, dice. El hijo alto y fuerte tenía 12 años y era el protegido de la mamá, que no lo dejaba salir ni a la esquina. Una tarde, cedió a sus deseos y le permitió ir con el primo al campo de fútbol que estaba a unas pocas cuadras de casa. Ese día dos hombres en moto pasaron disparando, el sobrino cayó fulminado por las balas y el hijo logró esconderse entre la maleza. Al día siguiente Rosa buscó un coyote. “Y nunca me voy a arrepentir. Fue la mejor decisión que pude tomar”, dice.

¿Por qué migran los que migran? La respuesta es simple: porque los expulsan sus países. Las democracias malas. “Son democracias creadas desde arriba que, aunque han logrado mantener la continuidad electoral, están lejos de resolver los problemas de desigualdad y pobreza que afectan a la mayoría de la población”, dice Edelberto Torres Rivas en Las democracias malas de América.

Amarela Varela, investigadora de la Universidad Autónoma de México, tiene claro que la causa de la migración es una sola: violencia, en sus diferentes ámbitos. “Si bien proponemos pensar las motivaciones para el éxodo como multicausales, sugerimos que hay una trinidad perversa que expulsa a esos millones de personas a la migración en su mayoría de carácter “forzado” pero ilegalizada por las leyes de extranjería de cada país que atraviesan o en el que se instalan. Esta trinidad a la que nos referimos remite a las violencias por parte del mercado (los rasgos domésticos de neoliberalismo y acumulación por desposesión), violencias del Estado (la impunidad y el acceso casi nulo a la justicia registrada en la región; el desmantelamiento de los derechos sociales y políticos básicos que un gobierno debe garantizar), y las que genera la violencia patriarcal, que obliga principalmente a mujeres, niños y niñas a fugarse de la violencia doméstica, intrafamiliar o sexual. De forma cada vez más generalizada, violencias con rostro patriarcal que performan los ejércitos privados de los cárteles en la región y las pandillas”.

Los migrantes huyen de las violencias. La violencia entendida según la definición de la socióloga argentina Cristina Kalbermatter: “cualquier proceso, relación o condición, por el cual un individuo o grupo viola la integridad física y o social, y o psicológica de otra persona o grupo, generando una forma de interacción en la que este proceso de reproduce”. Ese proceso se reproduce en Honduras, en Guatemala, en El Salvador, en Nicaragua. Países con historias similares y retos compartidos.

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Kalbermatter apunta otro dato importante, la violencia —o mejor dicho, las violencias— “es aceptada socialmente, no es cuestionada; hay un menor grado de identificación, no es un sujeto el que imparte violencia sino la propia sociedad. La propia sociedad construye y avala instituciones que ejercerán la violencia, y la sociedad se encuentra tan representada como enajenada”.

Más del 60 % de la población en Guatemala sufre de pobreza multidimensional, más de un 40 % de los niños menores de cinco años sufren de desnutrición, un 20 % de los guatemaltectos no saben leer y escribir. La canasta básica cuesta 3.552 quetzales, unos 560 quetzales más que el salario mínimo. Todo eso también es violencia. Esa violencia también les expulsa. Y les expulsa la otra violencia: la de las armas. El año pasado 5,384 personas fueron asesinadas en Guatemala, de acuerdo con el INACIF. Las pandillas reclutan a diario a menores de edad en las escuelas y se cometen en promedio 22 violaciones sexuales cada 24 horas.  

Simone Dalmasso

Torres Rivas lo explica: “Las desigualdades (sociopolíticas, culturales, étnicas, de lugar, género, edad…), tal como hoy ocurren en estas sociedades, refuerzan los síntomas negativos de las democracias malas: mercado libre para el narconegocio, desbordes criminales imparables, impunidad y Poder Judicial impotente, bienes públicos escasos y de difícil acceso, infinitas formas de ilegalidad; es decir, una erosión del Estado de Derecho o dificultades para su constitución”.

Por eso no es dextrañarse que Guatemala sea el principal país exportador de migrantes. Del que más se huye.

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No quieren salvarlos, quieren controlarlos

“Las luchas migrantes son disputas políticas novedosas por las subjetividades —apunta Varela—, las demandas y estrategias que se ponen en juego no son propiamente luchas sindicales, tampoco exclusivas formas de protesta por el derecho a la identidad. Son luchas de personas no nacionales, extranjerizados por leyes que producen estatutos de ilegalidad, cuyas demandas abarcan desde el derecho a la existencia jurídica (los papeles) hasta el reconocimiento del ‘derecho a pertenecer’ en condiciones de equidad en las sociedades en las que los migrantes y refugiados deciden o consiguen instalarse”.

La lucha migrante es una lucha silenciada. Criminalizada. A los migrantes se les apunta con el dedo para tacharles de ilegales, de quebradores de la ley. Por eso, la caravana migrante que recorre México hacia los Estados Unidos es tan importante, porque por primera vez la lucha migrante suena. Aunque sus demandas todavía no parecen tener demasiado eco.

Bauman recuerda que, en la cumbre de líderes europeos de 2010, “lo que trataron de resolver bajo el epígrafe del problema migratorio fue, en última instancia y, de hecho, en esencia, la necesidad de recuperar el control de las fronteras continentales”. Los gobernantes hablan mucho de formas para detener a los migrantes, para regresarlos, para evitar que crucen. Pero poco hablan de formas para retenerlos, de evitar que se vean forzados a irse.

“La erección de muros con los que parar a los migrantes para que no entren en nuestros propios ‘patios traseros’ guarda un ridículo parecido con aquella historia sobre el filósofo antiguo Diógenes —continua Bauman—, a quien vieron un día haciendo rodar la tinaja en la que vivía de un lado a otro por las calles de su Sinope natal. Cuando le preguntaron por la razón de tan extraño comportamiento, él respondió que, al ver a sus vecinos tan ocupados parapetando con barricadas las puertas de sus casas y afilando sus espadas ante la inminente ofensiva de las tropas de Alejandro de Macedonia, pensó que de alguna manera tenía que contribuir él también a la defensa de la ciudad”.

Las docenas de policías apostadas en el puente Rodolfo Robles, los jeeps J8 aparcados frente a la aduana guatemalteca, las bombas de gas lacrimógeno, el helicóptero sobrevolando como un ave rapaz por encima de las cabezas, no sirvieron de nada. Lo miles de migrantes que integran la caravana se tomaron las balsas y cruzaron el río Suchiate hasta tocar tierras mexicanas. Avanzan con dignidad por calles que no son suyas.

"Michael Agier —cuenta Bauman— que es tal vez el más incisivo, el más sistemático y, a estas alturas ya, el más experimentado y experto estudioso de la suerte que corren actualmente más de 200 millones de personas desplazadas en todo el mundo, sugiere que la política migratoria va dirigida a consolidar una división entre dos grandes categorías mundiales cada vez más cosificadas: por un lado un mundo limpio sano y visible; por el otro, un mundo de restos residuales, oscuros, enfermos e invisibles. Prevé por ello que, si se mantienen las prácticas presentes, ese propósito de la mencionada política aplastará y minimizará a todos los demás pretendidos objetivos y funciones de la misma: los campos ya no se usarán para mantener vivos a unos refugiados vulnerables, sino para aparcar y vigilar a toda clase de poblaciones de indeseables".

“Esta podría ser una novedad positiva si unos gobiernos progresistas e innovadores colaboran para comprender mejor cómo ese movimiento de personas incidirá en fomentar un crecimiento sostenible y el bienestar de las poblaciones, cimentando al mismo tiempo los derechos humanos y la justicia en todo el sistema. No son menos sustanciales, sin embargo, los abundantes síntomas que indican que no estamos ni mucho menos abocados a tan favorable escenario”, lamenta Bauman.

"La situación de movilidad humana en Centroamérica, en general es una situación compleja de entender", dice Solano, de Naciones Unidas. "Es multicausal, hay distintas razones por las cuales las personas están saliendo. Y definitivamente notamos que va en aumento. Por ejemplo, las solicitudes de la condición de refugiado, que es nuestro mandato, han aumentado de forma exponencial. Hay casos que están huyendo de violencia de maras y de violencia intrafamiliar. Niños no acompañados que están huyendo de situaciones de reclutamiento", agrega. 

Carlos Nares, secretario de Conamigua, habla constantemente de regularizar la migración, de migrar de manera legal, de no cruzar las fronteras sin los debidos permisos. “No es aceptable bajo ningún punto de vista la migración irregular por lo que se hace necesaria la coordinación interinstitucional que le permita a los países del Triángulo Norte de Centroamérica reforzar sus puntos fronterizos migratorios, puntos ciegos por ejemplo”, explica.

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Habla también de velar por el respeto a sus derechos, insiste en que migrar no es un delito y asegura que la institución que preside está trabajando para resguardar la integridad de los migrantes. Pero vuelve al punto: no migrar de manera irregular.

“La mayoría de migrantes no tiene acceso a una visa”, apunta Varela, poniendo el dedo sobre lo obvio. Nadie que pueda tener un pasaporte con visa se arriesgaría a cruzar de manera ilegal. La migración en muchos casos es una medida desesperada. A veces la última opción. La que migra es la madre que ve a sus hijos con hambre. El muchacho que no quiere meterse a la pandilla y sabe que si no lo hace lo matarán. El hombre que ha buscado trabajo hasta el cansancio y solo ha conseguido sueldos miserables, que no compran una canasta básica. Estas historias se repiten en las bocas de cientos de los integrantes de la caravana. Y las bocas calladas de los migrantes por goteo, los de todos los días.

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