En Brasil, las investigaciones del caso Lava Jato-Odebrecht han colocado a los principales partidos contra las cuerdas: ninguno ha sido capaz de expulsar a funcionarios corruptos ni de renovar sus estructuras partidarias, y todos sus líderes llevan años o décadas en el poder. En México, donde la confianza en los partidos políticos está por el piso y hay un descontento generalizado ante la situación de violencia, criminalidad y corrupción generalizada, lidera las encuestas el candidato eterno Andrés Manuel López Obrador. Y en Colombia la fragmentación del voto ha alcanzado tal extremo que la próxima contienda tendrá más de una treintena de candidatos.
Pocas mejoras en el nivel de vida de la población, una situación económica mediocre y el descontento con la corrupción profunda y sistemática marcan el tablero de juego. Y ante el inmovilismo de la clase política, lo lógico es que los votantes opten por nuevas opciones y nuevos rostros.
Cambio bueno y cambio malo
En Chile, durante la primera vuelta electoral del pasado 19 de noviembre, dieron sorpresa la líder de la coalición de izquierda Frente Amplio, Beatriz Sánchez (20.27 % de los votos), y el independiente de derecha José Antonio Kast (7.93 %). Es cierto que esto empujará a los candidatos de las coaliciones centristas, Alejandro Guillier y Sebastián Piñera, a atender las demandas de los votantes más radicales.
La carrera presidencial aparte, la verdadera historia de cambio es que Chile renovó su sistema político para acabar con décadas de bipartidismo y facilitar una renovación de su Congreso y de su Senado. Con estas primeras votaciones bajo el nuevo sistema se avanzó hacia una próxima legislatura que será más representativa, más joven y más diversa.
Pero no todos los cambios son necesariamente una mejoría.
En Brasil, el cansancio de la población con los partidos tradicionales ha beneficiado tanto al exmilitar de extrema derecha Jair Bolsonaro que muchos lo han comparado con el dictador filipino Rodrigo Duterte o con el mismo Donald Trump por lo intempestivo de sus propuestas. Bolsonaro ha negado que el régimen autoritario de su país durante el siglo XX fuera una dictadura y ha reconocido en público que es ignorante de economía.
En Colombia, el diagnóstico es más bien uno de fragmentación y polarización, donde el eventual encuentro en una segunda vuelta entre el izquierdista Gustavo Petro y una figura aliada al expresidente Álvaro Uribe pone en riesgo el centro político necesario para la implementación de los acuerdos de paz.
Guatemala y su reforma pendiente
En Guatemala, la lección debió calar en 2015. Jimmy Morales triunfó como un rostro relativamente desconocido, aun si su estructura partidaria y sus financistas tuvieran los mismos vicios de toda la vida.
Capitalizaron sobre los avances de la lucha anticorrupción del Ministerio Público y la Cicig solo para llegar al poder a intentar frenarlos, operando con sus aliados en el Congreso para cerrar espacios a funcionarios que actúan con independencia y se rehúsan a transar.
El cambio prometido no llegó nunca. Y es que elegir nuevos rostros no sirve de nada si no cambiamos las reglas. Es por eso que, para no llegar a la próxima elección sin opciones reales y programáticas ni con voluntades reales de generar cambios, es importante renovar el sistema a través de una nueva Ley Electoral y de Partidos Políticos.
Sigamos los procesos de nuestros vecinos latinoamericanos, pero pongamos atención no solo a las personas, sino también a las reglas de juego con las que operan.
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