Subo las escaleras y sigo las instrucciones. Me coloco sobre la banda que me lleva al interior del aparato de rayos X y levanto las manos sobre mi cabeza. Escucho el escaneo de la máquina y salgo por el otro lado.
Control antinarcóticos cortesía de la Policía colombiana en el aeropuerto de Bogotá. Una escena más del glamur del viajar.
El mundo posterior al 11 de septiembre de 2001 me ha regalado algunos recuerdos semejantes, incluyendo una estancia en un cuarto lleno de mujeres ...
Subo las escaleras y sigo las instrucciones. Me coloco sobre la banda que me lleva al interior del aparato de rayos X y levanto las manos sobre mi cabeza. Escucho el escaneo de la máquina y salgo por el otro lado.
Control antinarcóticos cortesía de la Policía colombiana en el aeropuerto de Bogotá. Una escena más del glamur del viajar.
El mundo posterior al 11 de septiembre de 2001 me ha regalado algunos recuerdos semejantes, incluyendo una estancia en un cuarto lleno de mujeres en sus hiyabs en Houston, una visita guiada por los sótanos del aeropuerto La Aurora, un policía español ladrando en Barajas y, mi escena favorita, un policía ecuatoriano usando su mejor tono de telepredicador para profetizar mi deportación desde el siguiente aeropuerto.
La repetición no implica que haya dejado de molestarme, pero debo confesar que tampoco puedo culpar del todo a los servicios de seguridad, ya que tengo aquel aspecto del que los manuales enseñan a desconfiar: hombre latinoamericano de mediana estatura con un pasaporte lleno de sellos y que viaja usualmente solo. Toda una potencial amenaza para la paz y la seguridad. Una de esas personas que llenan las descripciones raciales de la series de Netflix.
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Así que continuó mi camino hacia la puerta de embarque consciente de que seguramente no será la última vez. Al menos el tema da para un par de bromas con los amigos, que te recuerdan gentilmente que con esa facha no podías esperar menos. Me pongo los audífonos nuevamente y Yes, con Owner of a Lonely Heart (1983), me recuerda que existen cantos a paranoias aún mayores.
Las decisiones que he tomado en mi vida me ubicaron en tránsito entre aviones que van y vienen con más frecuencia de la que podría desear. El jet lag pasó a ser parte de lo cotidiano, como un sujeto relevante desde el cual he contemplado las salas de espera de aeropuertos y su fauna a ritmos insospechados como el de Cucamonga Dance (1991) una madrugada en Auckland, Nueva Zelanda, o el de los Foo Fighters con Arlandria (2011) en el Arlanda de Estocolmo. Conseguir un par de buenos audífonos fue mandatorio en estas circunstancias.
La llegada a La Aurora me enfrentará a una fila de más de 300 personas en migración debido a que el sistema se puso lento, no tanto como el ritmo adormecedor del taxi que me lleva a casa a través de la colonia Santa Fe siguiendo un cortejo fúnebre. Seguramente he tenido días mejores. Los Raconteurs me hacen compañía con Now that You’re Gone (2018) mientras recuerdo que es grato volver a ver (escuchar) viejos conocidos: familiaridad que se constituye en el preludio de esos abrazos que hacen bien al volver a casa.
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