Por el momento seré más reservado y analítico. El asunto es no caer en el ingenuo idealismo de tomarme muy en serio desde el primer día, menos las cosas que escribo. No tomarme en serio no quiere decir que asumiré esta tarea de forma irresponsable o que seré poco serio, sino sólo que, lo que escriba y diga, estará ahí para ver si sirve de algo a alguien, estimula alguna idea o contribuye en un proceso. Empecemos, pues, con la cacería de fieras salvajes y la reducción de cabezas. ¡A quien le caiga el guante pues!
Veamos cómo funciona el racionalismo weberiano para generar una primera clasificación. Dependiendo de su arreglo con respecto a fines, una columna de opinión sirve de medio para la puesta en escena de distintas teatralizaciones (pienso performativamente porque la idea es no solo racionalizar, sino desestructurar desde la melo-dramatización de los discursos de poder).
Propongo hacer una distinción preliminar de cuatro tipos. El primero se llamará pontificialismo masturbatorio, el segundo cinismo militante, el tercero democratismo ingenuo y el cuarto, kinismo deconstructivista (ya vamos a ir explicando qué son esas cosas). En este artículo analizaremos solamente la primera posición y dejaremos el resto para las próximas entregas.
El tipo denominado pontificialismo masturbatorio tiene como fin, fundamental y último, producir un proceso de autoerotismo mediante la elevación del ego del autor al estatus de la “razón que guía el juicio y la voluntad de los lectores”. Sus avistamientos son sobre todo frecuentes en los medios masivos impresos. Cuadrúpedo ordinario. De naturaleza ermitaña, rara vez es visto en grupo, aunque nunca resistirá a la tentación de aparecer ante expectantes masas.
Regularmente, como doctrina de escritura, el pontificialismo es altamente autoritario al tiempo que conservador. Hecho que no le impide a sus expositores aparecer tanto en las derechas o las izquierdas, se pavonean a lo largo del espectro del opinionismo político reflectándose unos a otros como espejos. La opinión en general, es conmensurable solamente con el reflejo de su insaciable deseo de ser reconocidos como la luz del “público”.
Su espectro de análisis es “enciclopédico”: un día reflexionan sobre la realidad nacional en temas políticos, de sociedad o economía; al día siguiente son expertos en conflictos internacionales, energía atómica o medio ambiente; finalmente dan luces sobre teología (eclesial o política), sexualidad y moral. Frecuentemente, se expresan de la siguiente forma: esa decisión es correcta/incorrecta, esa política es justa/ injusta, esa moralidad es buena/mala. Por eso, casi siempre caen en el maniqueísmo, pretenden que su palabra polarizada sea a los ojos del público el equivalente de la “verdad”.
Todo depende del caso y el tema, el pontificialista no estará dando solamente su opinión, sino que estará dando “La Opinión”. Por eso, para él o ella, son inexistentes diferencias como: opinión pública y opinión del público, editorial y artículo, punto de vista y conocimiento, chisme y realidad, periodismo y sociedad (de allí viene lo de masturbatorio, en última instancia, ya que erotiza sólo consigo mismo y la relación con los otros le es prácticamente imposible, a menos que sea en los términos que él establece).
Mientras que la libertad de expresión es su libertad de expresarse, la expresión del otro es un ataque a la libertad de expresión (perdón por la indecibilidad de esta oración, pero es que así parece funcionar la cosa). Como el representante de este tipo de articulista “nunca” se equivoca, pero le gusta lanzar insultos a diestra y siniestra, el derecho de respuesta le resulta una práctica incómoda, que tilda de “populista”.
Comparte la infalibilidad solamente con el Papa. Nada le interesa el debate, la retroalimentación y/o la interlocución. ¡Ay de aquél que se atreva a provocar su ira!, sucumbirá, cual víctima sacrificial a la purificación de la hoguera, el desmembramiento público: la difamación massmediática. En suma, el castigo ejemplar del escrutinio de la “opinión”, la acusación, el juicio, el rumor, la puesta en circulación de información nunca verificada. Si son verdades a medias o medias mentiras le es irrelevante. Lo realmente importante es que la “víctima” a quien dirige su enojo, como coche en sábado, chille fuertemente. Lo relevante es que quede bien clarito quién es la autoridad, quién manda, que se vea el poder de su medio/ espada/miembro. El pontificialismo opera bajo el manto ideológico de la formación de opinión. Puede formar desde su columna opiniones sobre la urgencia de golpes de estado o revoluciones. Su talón de Aquiles es ser ninguneado por facilón y superficial.
Su momento orgásmico es ser alabado por pupilos y fans. No duda en torcer los límites de la lógica postulando falsos silogismos como: algunos indígenas se consideran mayas. ^ Algunos mayas son esencialistas Todos los indígenas que se consideran mayas son esencialistas. O: algunos estudiantes van a San Carlos. ^ Algunos estudiantes son izquierdistas. Los sancarlistas son izquierdistas. Otro buen ejemplo es: algunos criollos se hacen llamar ladinos. ^ Los mestizos son llamados ladinos
Todos los criollos son ladinos, etcétera. Como suelen ser muy bien educados, doctos en filosofía, periodismo, literatura, economía o derecho, son conscientes de las implicaciones formales de su razonamiento, pero como el fin es el autoerotismo, no les importa.
Lo importante para el pontificialista, como medio para el goce de su fantasía, es lanzar pedradas con pretensiones de verdad, superioridad moral, “neutralidad periodística”. El problema más grande es que realmente cree en lo que dice, nunca duda de su verdad, y es ciego a ver cómo, su escritura, no es otra cosa más que el instrumento con el cual su ego erotiza. La verdad, es que es mucho menos peligroso de lo que parece si se lo conoce, ya que, si bien sabe de retórica, en el debate es poco habilidoso…
Seguimos en dos semanas con el cinismo militante.
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