Cuando estudiaba en México hace 20 años, había una pregunta que siempre hacía a mis familiares en Guatemala: ¿cómo van las cosas por allá? Y la respuesta invariable era: «¡Al borde de la crisis!». Luego de lo que para mí fue un largo ciclo, finalmente pude regresar a Guatemala justo en el momento en que se gestaban las elecciones del 2003. En aquel entonces, el peligro inminente lo representaba la posibilidad de que el FRG de Efraín Ríos Montt volviera al poder. Desde entonces, como un reloj, las elecciones despiertan todo tipo de desasosiego, ya que siempre hay una amenaza en el firmamento que hay que evitar. En el 2007 era Otto Pérez Molina para unos y Álvaro Colom para otros. En el 2011, Sandra Torres para unos y Otto Pérez Molina para los otros. En el 2015, Manuel Baldizón era la gran amenaza, pero Sandra Torres también generaba muchos anticuerpos. En el inicio del 2019, el panorama es similar, aunque ahora las amenazas son múltiples: los que pertenecen al círculo de lo que se ha denominado #PactoDeGolpistas, contra el grupo pro-Cicig y pro-Thelma Aldana. Las crisis electorales, sin embargo, se complementan con una larga lista de crisis en época no electoral desde 1985 hasta la fecha que sería larga de enumerar, pero dentro de ellas el autogolpe de 1993, el Jueves Negro y el Viernes Negro del 2003 y la crisis del caso La Línea del 2015.
¿Cuál es la razón de tales crisis periódicas? He pensado mucho al respecto, al punto de que he llegado a pensar que responder esta interrogante es la clave para develar los mecanismos perversos que nos impiden avanzar hacia una sociedad mejor, más incluyente y democrática. ¿Por qué pienso eso?
Apagafuegos. El ciclo de la crisis obliga siempre a los actores a idear soluciones de corto plazo que multiplican los riesgos. Tal es el caso del Movimiento Semilla, que, en su afán por facilitar una alternativa viable, se alió con un actor externo para colocarse como plataforma electoral de una figura prometedora. Entiendo las razones, pero eso mismo hizo la GANA, alianza de tres partidos pequeños y desconocidos, cuando aceptó la candidatura de Óscar Berger en el 2003. El riesgo de fracasar en el intento, por lo tanto, es muy elevado.
Legitimidad electoral falsa. El ciclo de la crisis moviliza a los ciudadanos a las urnas pese a que los números demuestran un sistema poco representativo y profundamente deslegitimado: es la única forma de entender cómo, en medio de las elecciones del 2015, en la que hubo una campaña para desmovilizar al ciudadano (la campaña En Estas Condiciones No Queremos Elecciones), se produjo la mayor participación electoral desde 1985.
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Polarización. El ciclo de la crisis elimina las opciones que están fuera del sistema, ya que obliga a escoger entre dos supuestos males para votar por el menos malo: genial mecanismo que disminuye drásticamente las posibilidades de un candidato fuera del control de las élites, además de que impide que las campañas electorales se centren en propuestas, pues casi siempre se trata de ataques y de campañas negras para magnificar la amenaza de los punteros.
Desesperanza. El ciclo de la crisis desmoviliza a los ciudadanos de forma permanente, ya que afinca la idea de que no hay posibilidades reales de cambio, lo cual incentiva al inmovilismo político, a la apatía y al temor, que refuerzan el control elitista de la política.
Paradójicamente, el mismo sistema está pensado para alentar la crisis: el entorno anómico, la práctica política, el control clientelar del Congreso y la dependencia partidaria al financiamiento anónimo, entre muchos otros mecanismos, confluyen en el reforzamiento del caudillismo político. Pero la regla de no reelección de la Constitución de la República es el único mecanismo que impide la perpetuación en el poder, lo cual provoca entonces un ciclo permanente de crisis que ha destruido prácticamente la institucionalidad del Estado en estos 30 años de vigencia de la regla. ¿Casualidad?
Reflexionar al respecto es una tarea urgente, de manera que entendamos que la crisis cíclica es una forma genial de gatopardismo: cambiamos todo para que todo quede exactamente igual.
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