Voy apenas a tiempo para una reunión, así que corro para descubrir que los otros asistentes están aún demorados entre el tráfico y que me pueden ofrecer un café mientras espero como premio de consuelo por ser el primero en llegar.
Hace apenas un par de semanas, después de varias horas en la carretera longitudinal del norte, contemplaba en silencio el memorial en honor a las víctimas de El Mozote, que de alguna forma se juntaba con mis propios recuerdos al llegar por casualidad a la puerta de la casa en la que vivió Gustavo Garzón, el poeta desaparecido por un gobierno democrático ecuatoriano que condujo la mayor represión conocida en la historia de ese país andino. Ahora simplemente espero haciendo uso del mismo silencio.
Mis audífonos me llevan a una grabación de Joker and the Thief, de Wolfmother (2005), mientras hago el recorrido por las noticias: los guardianes de la frontera norte de México se ensañan y descargan una cortina de gases lacrimógenos contra los migrantes, una final de copa Libertadores será decidida por los abogados de los finalistas y por sus apelaciones frente a tribunales deportivos de escasa credibilidad y un país vecino decidirá unas elecciones generales con un voto de desconfianza para la clase política y eligiendo, para el efecto, a otros políticos.
La espera continúa. Y me da tiempo de repasar a los Lumineers con Cleopatra, Angela y Ophelia, los tres retratos de mujeres del álbum de 2016 que representan en sí tres pequeños universos interconectados por una historia sobre el amor y sus atajos, de los cuales rescato estos versos: «But I was late for this, late for that, late for the love of my life. / And, when I die alone, when I die alone, when I die, I’ll be on time».
[frasepzp1]
Finalmente, la reunión comienza sin mucha ceremonia, casi 30 minutos más tarde. Ellos, del lado derecho de la mesa. Yo, del lado izquierdo. Hace su aparición una presentación en PowerPoint que para explicar un cambio en sistemas y programas usa como fondo la fotografía de una puesta de sol sobre un valle recorrido por un río.
«Mala señal», pienso nerviosamente para mis adentros mientras a la música de fondo —seguramente adecuada para una clase de taichí— la acompaña un discurso sobre las oportunidades y los desafíos en períodos de cambios, que va directamente a una de las frases que falsamente se atribuyen a Einstein sobre hacer las mismas cosas y esperar resultados diferentes.
Aguanto como puedo la siguiente hora (incluso sin mencionar la falsedad de la supuesta frase de Einstein). La llamada oportuna de unos auditores me da el pretexto para huir hacia un lugar seguro. Ya a salvo, en mi escritorio, comienzo a tratar de abordar algunas tareas y de dejar las difíciles (como estar en Managua y en Tegucigalpa con una hora de diferencia para distintas reuniones) para más tarde.
En ocasiones como estas recuerdo a mi abuelo, quien introdujo el vicio en la familia. «Es preferible esperar a que te esperen», decía. Y con eso nos condenó a una cultura de antesala, con tazas de café, vasos de agua y gente que trata de hacer conversación nerviosamente mientras pasan los minutos con lentitud.
Al menos agradezco no tener que volver a otra antesala por lo que queda del día de hoy.
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