Porque hay momentos en la historia de una nación que pueden definirse como puntos de quiebre y porque en ellos los ciudadanos deben tomar los instrumentos de la democracia por los cuernos y no soltarlos. Particularmente cuando se tiene la oportunidad de que un proyecto diverso, plural y enfocado en la dignidad de la condición humana no solo derroque al dinosaurio, sino además gane de forma legal y legítima. En la historia mexicana hay cuatro momentos ícono: la independencia (gestada originalmente para restituir a Fernando VII en el trono, que luego tomará el aire antigachupín), la transformación del Estado generado por Juárez (a pesar de algunos rasgos autoritarios), la Revolución mexicana (con sus artificiales mitos) y el 2 de julio del año 2000, cuando la dictadura perfecta perdió por primera vez en su historia las elecciones federales. Y ahora se gesta una posibilidad con la cual el hermano grande latinoamericano tiene la posibilidad de cambiar el catastrófico rumbo de su historia.
¿Me parece perfecta la propuesta de AMLO? No, pero lo perfecto no debe ser enemigo de lo bueno. Para empezar, AMLO es el único candidato a la presidencia que ha presentado un gabinete y un proyecto de gobierno ampliamente difundidos entre la ciudadanía.
Pero es más importante lo siguiente: dentro del movimiento hay un espectro muy diverso de contornos ideológicos que agrupa librepensadores, católicos, protestantes, judíos, comunistas, democristianos, liberales, heterosexuales, miembros del colectivo LGBTI, blancos, mestizos, indígenas, grandes empresarios y representantes de las pymes. Un movimiento así de plural refleja un liderazgo bastante tolerante. Por eso AMLO no se puede equiparar a Chávez: Chávez era un militar con su propia lógica verticalista, típica de los milicos, mientras que AMLO es un civil que dialoga incluso con quienes lo insultan. De más está decir que la trayectoria de AMLO (con sus aciertos y fallas) muestra el uso permanente de los métodos democráticos para acceder al poder a pesar de las campañas negras, a pesar de los fraudes, a pesar de los intentos de ser desaforado, a pesar de las amenazas de muerte y a pesar de competir contra la megadinosaúrica estructura del régimen. En efecto, si alguien juega la carta de lo que significa competir en democracia —y no siempre en condiciones de igualdad—, ese es AMLO. Por eso es también que AMLO jamás será un Chávez. Chávez fue un golpista. AMLO no lo ha sido nunca.
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¿Que AMLO es un populista? Me la suda que lo sea. Pero, en efecto, lo es. En el sentido más puro del término, por su capacidad para aglutinar en su movimiento a estudiantes del Tecnológico, a estudiantes del ITAM, a campesinos indígenas, a intelectuales urbanos y a la clase obrera. Y, sí, también empresarios. El aterrador populismo de AMLO termina por institucionalizar las demandas de millones de mexicanos hastiados de un sistema empobrecedor. Y solo por ello, por institucionalizar el descontento y no fomentar la violencia, su populismo ya es más que útil.
¿Es Andrés Manuel demagogo por cuestionar el modelo económico que México ha implementado en las últimas tres décadas? Simplemente hay que invertir los roles. ¿Dónde están los beneficios prometidos de las reformas estructurales? ¿No fue eso demagogia? El actual modelo económico tiene a México en el G20. Lo tiene, además, en la lista de países de la OCDE: una economía exportadora muy diversificada que ha logrado trastocar la balanza comercial estadounidense, un diseño de 12 tratados de libre comercio con 46 países, 32 acuerdos para la promoción y protección recíproca de las inversiones con 33 países y 9 acuerdos de alcance limitado (acuerdos de complementación económica y de alcance parcial). Toda esta expansión, a punta de salarios bajos para hacer competitiva la industrial local. El INE informa que, en la población económicamente activa, 34 de cada 100 personas están subempleadas. En el rubro de pobreza, más de la mitad de la población vive en ella y alrededor del 10 % de las personas viven en la pobreza extrema. Y desde 2006 el 42.9 % de las personas estaban por debajo de la línea de pobreza. Alrededor de 25 millones de mexicanos ganan menos de $14 por día. Fantástico modelo económico. ¿Quién es el demagogo? ¿El que propone construir un modelo basado en el consumo interno y menos en las exportaciones? ¿El que propone que no sirve de nada crecer económicamente a punta de condenar a los jóvenes con salarios miserables? No, el demagogo es el tecnócrata de lentes y pelo engominado que nos dice que para tener los resultados prometidos del modelo se necesita privatizar más y abaratar aún más el empleo sin trastocar la macro. ¿De qué coño sirve una macroeconomía estable si el sistema está diseñado para producir migrantes? Diré algo que no siempre me atrevo a decir: no son las fuerzas ocultas de la historia las que apuntalan a AMLO en la Silla del Águila, sino las precarias condiciones económicas del país. Es que, cuando el país es fábrica de pobres, es inevitable que aparezcan perfiles como el de AMLO.
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¿Puede que a México le vaya peor si gana AMLO? ¿Peor que la corrupción de Duarte? ¿Peor que la corrupción y represión del Negro Durazo? ¿Peor que el reparto corporativo de Salinas? ¿Peor que el pacto entre Estado y narco que el Prian ha sostenido? ¿Más corrupción que el caso OHL, el caso Padrés o el Fobaproa? ¿En serio AMLO es el peligro cuando los gobiernos anteriores han hecho de México un pinche país de fosas clandestinas a lo largo y ancho de su territorio? ¿Alguien se puede creer que el escenario de México con AMLO sea Venezuela cuando en el México de hoy, si eres joven y pobre, estás condenado a ser maquilero, halcón o sicario? El 54 % de los niños y jóvenes mexicanos están en la pobreza. Lo pongo en números humanos: 21.4 millones de habitantes entre 0 y 17 años de edad padecen pobreza y alguna carencia en educación, salud, seguridad social, vivienda, servicios básicos o alimentación. Y si México con AMLO planta una distancia sana frente a Estados Unidos, ¿cuál es el puto problema? Peña invitó a Trump a Los Pinos en su calidad de candidato, y ahora, en agradecimiento, Trump insulta diariamente la dignidad de los mexicanos. México ha colaborado en todo con Estados Unidos: ha encarcelado migrantes centroamericanos, ha prohibido el ingreso de africanos a México, ha militarizado el país y ha extraditado narcos que nunca cumplirán sus sentencias en México. ¿Qué ganamos? El país hecho pedazos y los pinches gabachos regalándonos insultos diarios. Allí está México haciéndola de bellboy de Estados Unidos en la OEA para expulsar a Venezuela. ¿Qué nos importan Venezuela y lo que haga? ¿Tiene autoridad México para juzgar a otros en materia de derechos humanos cuando dentro de México estos son inexistentes? No es como que México no tenga también su dosis de mierda diaria. Allí están las versiones oficiales de las masacres de Ayotzinapa, Acteal y Tlatlaya.
No, peor no se puede estar.
El hartazgo es demasiado. Tiene mucha razón Ignacio Taibo II cuando argumenta que en esta revolución ciudadana se conjugaron los fantasmas de la historia: los jóvenes muertos en 1968, las masas de campesinos que depusieron la dictadura de Huerta, los maestros de las escuelas de Guerrero asesinados durante los años 60, los cientos de miles de muertos producto de la estúpida estrategia antinarcótica, los que por migrar se hicieron un cifra más de xxx en la frontera y, no digamos, las mujeres de Tijuana. El modelo es insostenible.
Venga AMLO. Venga el reino de paz y justicia en un proyecto donde todos, pero en particular los de abajo, tengan al fin cabida.
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