En este se puede no solo ver la diferencia de recursos a la hora del fallecimiento, sino también conocer a sus personajes clave. Un ejemplo de ello es la figura de Jacobo Árbenz Guzmán, segundo presidente de la Revolución (1951-1954), que todavía es objeto de acalorados debates y cuya tumba se encuentra en la entrada principal del cementerio de la ciudad de Guatemala. Otros personajes, como el fundador del mismo cementerio y reformador liberal Rufino Barrios, tienen enormes mausoleos, pero el paso del tiempo y el cambio de paradigmas los han relegado. Quetzaltenango, por supuesto, no es la excepción.
En esta tercera y última entrega resalto algunas curiosidades de la necrópolis quetzalteca. Lo primero es la topografía: los grandes mausoleos están en la sección plana del cementerio, mientras que las tumbas más sencillas están en la loma, una colina en la parte más profunda de este. Entre ambas hay un muro que divide no solo la parte plana de la colina, sino también los estratos socioeconómicos de la ciudad. Un detalle importante: en ambas secciones hay tanto mayas como no indígenas. La división es socioeconómica. Con este detalle impresionante para el foráneo es con el que Grandin abre su libro sobre la élite k’iche’ quetzalteca (2000), al cual añade que es posible ver intercaladas tumbas de extranjeros (la colonia alemana, por ejemplo) y de ladinos prominentes con tumbas de k’iche’ de la élite local.
Vale recordar que las particularidades históricas de Quetzaltenango permitieron que se conformara una élite indígena suficientemente fuerte para desafiar no solo a los no indígenas radicados allí a partir de los siglos XVII y XVIII, sino al mismo Estado republicano guatemalteco, con lo cual se plantea una forma alternativa de Estado cuyos principios continúan siendo válidos más de 120 años después. Varios de los ponentes de esa propuesta, como Santiago Coyoy y Agatón Boj, están sepultados precisamente en esa sección importante, cerca de Sinforoso Aguilar, Manuel Estrada Cabrera y otros. También existe un panteón de la Sociedad El Adelanto (de la cual hablé en la columna anterior en ocasión de su 125 aniversario), también en esta sección. Además, noté que antiguos mausoleos ladinos o de extranjeros, ya en desuso, han sido tomados por esa élite k’iche’ en las últimas décadas. Desconozco si para cuando Grandin hizo su etnografía histórica allí (década de 1990) ya se daba ese fenómeno, pero es bastante marcado en la actualidad.
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Incluso, se me comentó que en la loma fue donde se fusiló, por 1920, a un «brujo» (un ajq’ij k’iche’) condenado a muerte por haber asesinado a unos jóvenes de origen alemán que habían destruido un altar ceremonial —por diversión— en la cima del volcán Santa María. Las tumbas sencillas, a flor de tierra, más este fusilamiento son un recordatorio de los límites permitidos —tanto de clase como de defensa de la cultura— por el Estado guatemalteco y por sus élites no indígenas (desconozco si los k’iche’ quetzaltecos avalaron el fusilamiento). La particularidad de la sección rica del cementerio también es un recordatorio de qué tanto tuvo que negociar el Estado guatemalteco con las élites locales —incluso con las indígenas, en las que no confiaba, al menos en el papel— para legitimarse como tal.
Los panteones de lujo fueron construidos, en su mayoría, por k’iche’ dirigidos por miembros de la élite de ese grupo. En ellos también aparece el mestizaje ladino-k’iche’, del que se habla poco. Lo mismo que en el resto de la ciudad. Recorrerla es un recordatorio de cómo podrían ser las relaciones socioétnicas en el país si existiera un esquema más horizontal, que permitiera el desarrollo comunitario, organizativo, cultural, espiritual y económico de la población indígena. Pero también es un recordatorio de la tenacidad de los pueblos mayas para resistir, adaptarse, desafiar a los poderes foráneos y negociar con estos. El cementerio de Quetzaltenango es su espejo. Agradezco a los informantes y amigos que me compartieron su experiencia y conocimiento en esta visita.
«Fuimos abatidos y humillados, pero la raza jamás fue vencida».
Epitafio en la tumba de Thelma Beatriz Quixtán Argueta, cementerio de Quetzaltenango, octubre de 1970.
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